viernes, 5 de enero de 2007

Nuevas Cartas Dispersas

1. AL PROJIMO.

Querido y mencionado prójimo, usted es una palabra ambigua. Puede representar una gran masa de personas desconocidas o un grupo cercano al que identifico por las caras y los oficios. A mi esto de prójimo me suena a próximo, o sea a gente que participa de asuntos similares a los míos y con la que me identifico en cuestiones morales, intelectuales y hasta de fútbol. Pero también es mi prójimo, si usamos categorías universales, todo aquel que camine en dos piernas, hable y busque sobrevivir a toda costa. Para que no haya confusiones, entonces, lo clasifico a usted en dos tipos de prójimo: A, lo conocidos, a quienes saludo y con los que bebo un café. B, los que no conozco pero que son de mi misma especie. No los saludo, pero podría hacerlo.

Por estos días de regalos y buenos deseos, usted (la palabra prójimo) siente que tiene alma (en términos de Spinoza, entendimiento). O sea que posee algo que no se puede matar pero si corromper. Pero no son tiempos de echar cantaleta sino de desearse unas felices fiestas. Si usted como prójimo es católico, feliz Navidad. Si es judío, Hánuka sameaj. Si es musulmán, feliz preparación para el mes del Ramadán. En este punto (el de los buenos deseos), prójimo es una palabra con dignidad. Y aunque no se crea, alguien confiable. Es que nos une la alegría y la necesidad apremiante de reconocernos como humanos en disposición de ser nosotros y no ese yo solo y asustado.

Sí como dice Hölderlin (el romántico alemán), nos reconociéramos como propios de una especie determinada y este reconocimiento nos produjera alegría (pues así sabríamos que no estamos solos en el mundo), usted como palabra (prójimo) no sólo sería una característica de seres inteligentes sino una seguridad para estar en la tierra. Quisiera echar cantaleta pero no lo haré. De momento, querido prójimo cercano y lejano, aprovechemos este final de año para construir algo mejor. Claro que el tiempo es poco, pero si la intención es clara y se mantiene limpia, con dos segundos basta. Felices fiestas a todos y que el mundo sea para vivir bien y no otra cosa. Vale.


2. A LILIO

Reconocido y elevado (por su alto conocimiento) Luís, se sabe que le debemos el calendario gregoriano, nacido de una discusión en el concilio de Trento. Allí se trató la fecha exacta de la Pascua y para no fallar en la disputa, ya que en los concilios se concilian ideas que luego se tendrán como verdades, lo llamaron a usted, que sabía de astros, movimientos del sol y hasta que la tierra se movía. Claro que como usted era un hombre sabio, evitó decir lo de la tierra. La sabiduría consiste en no disputar con quien carece de los mismos elementos de juicio. Y bueno, en honor al Papa Ugo Buocompagni, Gregorio XII, se creó el año que hoy tenemos en occidente, de mucha exactitud para las fiestas que celebramos.

Los calendarios (la palabra viene de calenda, el primer día de cada mes o también de cada fiesta) que usted superó fueron el juliano (establecido por Julio César -en el 45 antes de esta era- siguiendo la teoría de Sosígenes de Alejandría), que funcionaba siguiendo el nacimiento de las estaciones; y el lunar egipcio, que tomaba las fases de la luna para determinar los días de siembra y cosecha. Claro que esta superación sólo fue una refinación en la exactitud de los calendarios anteriores. Los ingleses y los rusos, por ejemplo y debido a su desobediencia al Papa, siguieron usando por años el calendario juliano y los agricultores el lunar. ¡Hay que ver lo que son los herejes!

Lo que sabemos del tiempo es poco. Por ahora, es una medida para establecer y situar sucesos dentro de un espacio. El espacio es el mismo (la tierra), pero los hechos se dan ahí antes y después. Ahora el tiempo depende de cuáles son nuestras creencias, de aquí que antes de un tiempo físico hablemos de un tiempo religioso. En occidente el calendario funciona antes y después de Cristo. En el judaísmo la medida es desde la creación del mundo, entre los islámicos todo es después de la Hégira. O sea, querido Luís Lilio, que los días y las noches siguen siendo lo que son. Y lo que nosotros somos en esa luz y oscuridad. Y siempre hay tiempo, así la torpeza lo niegue. ¡Un buen año!

3. A CABANCHIK.
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Apreciado y releído Samuel, cada día se pierden las certezas. O sea que el mundo se ha vuelto confuso debido a que lo verosímil (lo más cercano a la verdad) se ha ido convirtiendo en un amasijo en el que las palabras nombran pero no definen o dan significados contrarios a eso que expresan. ¿Cómo entender ahora la ética (el cuidado de sí) y la política (el cuidado del otro) si se ha perdido la responsabilidad? Esto quiere decir, que no hay quien responda por aquello que se nombra. Por ejemplo, se dice que un país va bien, pero ese bien le pertenece a unos pocos mientras a la mayoría, debido a las subas y al descontrol fiscal, a la falta de seguridad comunitaria y a la carencia de políticas sociales conjuntas, le va mal. Se habla y el significado se envolata.

En vacaciones uno debería leer novelas de aventuras o de amor, pero para estas lecturas se exige estar en estado de burguesía (como diría Sándor Márai), es decir, sin prevenciones contra el futuro cercano. Y como esto no pasa, entonces he releído su libro El revés de la filosofía, lenguaje y escepticismo, en el que usted trabaja las tesis de Ludwig Wittgenstein sobre la certeza, que no sólo es lo cierto sino lo que debe ser sujeto de responsabilidad frente al otro. En este sentido, existe también la tesis de Emmanuel Lévinas: soy en la medida en que soy responsable del otro. Es decir, el otro es el fruto de mis responsabilidades. O sea que no hay azares.

En una sociedad que ha legitimado un estado permanente de infancia (en el que las responsabilidades se evaden y sólo se reclaman derechos), la certidumbre se pierde y sólo queda en pie el escepticismo. Y esta carencia de responsables políticos y civiles, querido Samuel Cabanchik, crea una sociedad del desencanto. ¿Como creer si las palabras dichas no se convierten en hechos concretos? Antes las palabras se creían porque a través de ellas se creaba el mundo y la claridad proporcionaba situaciones seguras. Pero ahora las palabras son meros sonidos, ruido para el caos y el vacío. Y perdida la responsabilidad, los derechos son apenas caricaturas.


4. A VAN DER BURSEN.

Apenas por estos días conocido Van der Bursen, señor de quien pocos datos se tienen o sea que no sabemos si era gordo o flaco, viejo o joven, hombre o mujer o si en verdad existió. Casi que me inclino por esta última opción dado que los que no existen (como es el caso de Fulcanelli y algunos cedulados misteriosamente) sirven para soportar lo que la gente se imagina y dice muy campante y así, entonces, como si nada. De todas maneras, supongamos que (como se dice en filosofía) al nombrarlo ya ha comenzado a existir. Lo supongo entonces hombre y de barriga prominente, piernas delgadas y cara roja de tanto beber cerveza. Así creo que eran (por lo que ahora se ve) los belgas de la ciudad de Brujas, ciudad en la que a usted algunos lo ubican en el siglo XVI.

Con el supuesto de que usted existe (esto es una especulación), de su nombre, Van der Bursen, proviene la palabra bolsa, muy nombrada en estos días por aquello de que se infla y se desinfla, todo depende de los chismes, rumores, datos por debajo y premoniciones. Bursen, en holandés (para el caso belga, en flamenco), traduce Bolsa, y se dice que en su negocio los comerciantes se reunían a especular para lograr mayores ganancias o dejar definitivamente el oficio, como le pasó a Antonio, el comerciante vivo y antisemita de El mercader de Venecia, de Shakespeare.

De todas maneras, señor Van der Bursen, usted remite a otros que se enriquecieron y arruinaron con esto de jugar con un sistema financiero que carece de un modelo matemático real y se rige más por lo que podría ser que por lo que es: una simple venta de partes de una empresa. Pero, debido quizás a esa tradición de navegantes que caracteriza a la gente de los Países Bajos, esto de la bolsa sedujo: era una especie de símil del movimiento del mar, de sus calmas y sus tormentas, en el que todos los dioses son válidos y donde la emisión de adrenalina se convierte también en un vicio, esta vez amparado por el Estado que, cuando se asusta, libera los mercados así como se liberan los pájaros y después no hay quien los recupere. Y…



5. A GONZALEZ

Querido y leído Tomás, he leído la versión en alemán de su novela Antes estaba el mar (Am Anfang war das Meer) y he vuelto a quedar asombrado. En esta segunda lectura, antes la había leído en su excelente español, uno entra más en la historia, siente calor, bebe y escucha lo que clima y el abandono dicen como si cantaran una canción, Usted es un gran escritor, alguien que habla de lo que conoce y no se arrepiente de haberlo conocido. Y no fantasea con mujeres díscolas o putas (como está pasando en la ancianidad de García Márquez y Vargas Llosa) ni se da toques de seductor y menos de nuevo rico o viajero con exceso de tarjetas de crédito y dólares mal habidos. Tampoco presume contar lo que lee en las guías de turismo.

La literatura da razón de lo que la historia niega o esconde, de esto que no cambia porque la condición humana persiste en el error, el fracaso y la necesidad apremiante de ser querido. En este punto, admirado Tomás, usted es honesto y describe sus propios terrenos: el mar al lado de la selva, las fincas alrededor de Medellín o Envigado y el ambiente pesado del centro de la ciudad, donde prestan plata, se toma tinto y la gente envejece entre el ruido y la polución. Su narrativa le da importancia a la máquina de coser, a las vacas, a wolkswagen escarabajos viejos, a las mujeres que hacen negocios caseros y a los que toman aguardiente sin recurrir a los disparos.

En un ambiente tan light y macabro (como el es que proponen los medios), lo que usted escribe plantea aires frescos: reconocer lo que somos (pequeños burgueses) sin hacer alarde de la violencia, el sexo a martillazos, el miserabilismo y la sicarezca. Y a la vez sirve de protesta contra el limbo intelectual en el que nos tienen. Digo esto porque usted, Tomás González, como bien sabe, tuvo que brillar primero afuera (que le hicieran caso en Suiza y Alemania, donde también le publicaron Horacios Geschichte) para ser reconocido aquí, a la brava. Hay que ver. Por esto, tomé su novela Am Anfang war das Meer y la leí ayudado de un buen diccionario y de ganas de no saber nada más.


6. A GARRINCHA.

Recordado Manuel Francisco dos Santos, usted fue lo que se llama un fenómeno y no sólo en las canchas de fútbol sino para los médicos brasileños de barriada que, como dice Jorge Amado, pasan más tiempo en el bar mirando muchachas que atendiendo en el consultorio. Ya se sabe que en América Latina uno se muere de repente, en su caso debido a ese licor fuerte que es la cachaza y de haber escupido los bronquios, cosa que se logra tosiendo. Para estos médicos de barrio, sudorosos y de traje blanco (no por el oficio sino por el ambiente de baile), era raro que alguien con la columna torcida y una pierna seis centímetros más grande que la otra (además de tener los pies en un ángulo de 80 grados hacia dentro), jugara fútbol. Pero pasó, seguro las ganas.

Coger la pelota al vuelo, aparecer en el lugar menos pensado de la cancha, volar como una garrincha (pájaro flaco y veloz) en proceso de amague, desborde, gambeta y gol, lo llevó a enloquecer multitudes, a que se hicieran apuestas inverosímiles y a que Pelé lo viera como un escogido de los orichas. En 1962, considerado el mejor jugador de la tierra (en el mundial de Chile), usted llegó a la máxima cima. Venía del Botafogo (antes del equipo de una textilera) y de ahí pasó al Corintias, a uno de Barranquilla, al Flamenco, al Estrella Roja de Paris y acabó en Olaria. Lo quisieron bien Pelé, Vavá, Zagalo y Didí. Les puso el gol en la punta de los guayos.

Así que, recordado Garrincha (Manuel Francisco dos (de los) Santos), lo recuerdo bien ahora en este mundial que comienza cantándole a la vida que corre en la cancha después de que el mundo no pudo acabarse, cosa que seguro fue un gol por entre las piernas de los escatólogos (milenaristas y falsos profetas) que quieren ver la tierra partida en dos para justificar la aburrición que genera la tecnocracia, el miedo al otro y eso de que D-s les habla. Hay que ver, querido Garrincha, las cosas que promueven esos que creen que bailar, cantar y gritar de emoción no resulta. Claro que en este mundial hay que cuidarse del foul y los fueras de lugar. Hay mucha invasión en veremos.





7. A HANFF.
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Querida y ahora descubierta Helene, usted es un vaso de agua fresca precisamente ahora en este tiempo en el que la gente se comunica con palabras tan pobres y acerca de tan temas insulsos, quizás debido a que la televisión, la radio y la educación no proporcionan más. Uno es lo que han sembrado en uno. Pero bueno, no voy a predicar para salvar a nadie, así que cada cual con su infierno o arrepentimiento se acueste y se levante. La intención de esta carta es vanagloriarme de haberla descubierto y no al azar, cuando a veces pasa cuando uno esculca en las librerías, sino por recomendación de un amigo, quien también me prestó el libro que usted escribió en compañía de Frank Doel y otros que se interesaron en seguir la correspondencia que se lee en 84, Charing Cross Road.

El argumento, como lo sabe, es muy simple: usted, desde Nueva York y a lo largo de veinte años, se escribe con una librería de usados en Londres, la Mark & Co. (¿sabía que este símbolo, &, significa etc. en inglés clásico? Supongo que si, esto o sabe todo el que sabe escribir en inglés, claro). Bueno, en las cartas, que van desde 1949 hasta 1969, usted solicita libros, se queja de cómo le va en la vida, se ríe, regaña, pregunta, demuestra que es solidaria y que la gente aparece y desaparece a su alrededor. Del otro lado, ya que son ingleses, escriben muy respetuosamente, dan cuentas exactas, se preocupan por haber incumplido y dan razón de una vida simple, ordenada bella. Esto es todo.

Sin embargo, en esto que es todo (pues por esas cartas campea la vida), querida Helene Hanff, se nota en abundancia un ingrediente que cada vez es más escaso: humanidad. Y para explicarlo no se necesitaron doscientas o trescientas páginas sino unas pocas cartas que debieron publicar con letra grande para que el libro cobrara volumen. Esto porque ser humano no es una teoría sino una condición moral, un usar la vida sin mezquindades y haciendo gala de honestidad, palabra ésta que tampoco es teórica aunque si de dudosa práctica. Así que, leer sobre la honestidad y la humanidad sin necesidad de que la expliquen sino sintiéndola, es un gran regalo. Estoy muy contento.


8. A AGNON

Querido Samuel Joseph, he vuelto a la relectura de sus libros, que a pesar de lo bellos son también muy críticos. Esto quiere decir que las mejores palabras (las que llevan a entender la magnitud de la belleza, esas que contienen mayores significados o definiciones más amplias) no sólo pintan los hechos que el escritor quiere resaltar sino que sirven para profundizar en la condición del hombre, en lo que sueña y destruye, en lo que logra y comparte, en lo que es y se contradice. No en vano usted fue premio Nóbel (en 1966, compartiéndolo con Nelly Sachs) y es uno de los grandes pulidores del hebreo moderno. Pero hay algo más: se lo reconoce como uno de los que de manera más hermosa (con un lenguaje casi religioso) mostró a sus contemporáneos lo que era ser judío.

Bueno, lo anterior lo traigo a colación por dos razones. La primera, que un pueblo existe cuando en lugar de enredarse en lo cotidiano y mediático se da un espacio para el fomento de su cultura y la creación de espacios civilizados. La segunda, que cuando no sabemos dónde está la belleza, lo que vemos irremediablemente es destrucción. Es que un hombre está más vencido cuando pierde su estética. Como sucede en nuestro medio, querido Samuel Joseph, donde no sabemos quiénes son nuestros intérpretes locales ni qué dicen, en el que la belleza es planteada por gente lejana y le rendimos culto a palabras e imágenes que no se comprometen con nosotros ni nuestra cotidianidad.

De usted. Joseph Samuel Agnón, me gustan mucho dos novelas: Ayer y anteayer y Juramento de fidelidad, que fueron publicadas por entregas para que la gente de Israel se enterara y discutiera sobre lo que sucedía a su alrededor. Lo bello y lo cuestionable, lo sentido y lo posible. Algo así hace ahora Amos Oz. Pero como le decía, entre nosotros el fomento de la cultura base, la que es inteligente, se está esfumando. No sé a qué se deba que nos neguemos la belleza que podemos producir (o que se produce pero está negada). Imagino, con horror, que tenemos un inmenso miedo de saber que si aparece nuestra belleza tendríamos que volvernos más humanos.



9. A LAGERLÖF.

Querida, leída y admirada Selma. Hace muchos años leí un libro suyo llamado El maravilloso viaje de Nils Holgerson en el que cuenta la historia de un niño que hace un viaje sobre Suecia encaramado en el lomo de un ganso. El texto es muy bello porque un país, para entenderlo, hay que verlo primero a través de los ojos de la admiración. Si no hay maravilla en lo que vemos, realmente no tenemos nada. Esto es claro, ya que maravillarse implica no sólo admitir formas y contenidos sino enriquecerse a través de la belleza que contienen las palabras y la fantasía que produce eso que vemos. Envidié mucho a Nils cuando me contaba su país lleno de fiordos, montañas, bosques, praderas, historias mínimas, fábulas, colores, vientos etc.

Hoy, después de muchos años, he leído otro de sus libros Jerusalén. Esta vez usted narra la historia de un grupo de campesinos suecos que, impulsados por sus creencias, asumen las dificultades y desmesuras de un viaje a Israel por tierra y barco (a principios del siglo XX) siguiendo un ideal. Y no van como tantos a destruir sino que quieren construir, sentir a D-s más cerca, saberse más humanos. Su intención no es llevar verdades sino sentirse vivos. O sea que no van a ninguna batalla ni a enfrentarse con el diablo. Su seguridad es encontrase con aquello que no saben qué es pero que será bueno en la medida en que aparezca. Se diría que es un viaje de locos, pero no: es un viaje de gente con alma.

Querida Selma Lagerlöf (premio Nóbel 1909), los cristianos que usted narra (porque los que van a Jerusalén son cristianos suecos) son tolerantes, no buscan chivos emisarios para sus culpas y sus errores, no ensucian a otros con el odio y la mentira. Y lo que es más bello, no están confundidos sino iluminados. Así que usted, que profundizó tanto en la condición humana, encontró que (antes que perversión y aberraciones) hay en el hombre un contenido grande de bondad e idealismo sin demencia. Sus personajes van en plan de aprender para enriquecerse y su verdad es sólo una de las tantas verdades que constituyen el sentido de saberse vivo. Lástima que en el imperio usted sea tenida como traidora y peligrosa.


10. A GAUGUIN

Revisto, estudiado y neurótico (aunque admirado) Paul, llueve por estas tierras con la misma furia que llovía en Panamá cuando usted estuvo por allí maldiciendo el calor y el desorden, la corrupción y el desenfreno pasional de quienes estaban construyendo el canal. En su libro, Escritos de un salvaje (una correspondencia sobre fiebres sustos y arte), se queja de las autoridades colombianas, del miedo a los extranjeros pobres y de la posibilidad de que le peguen un tiro en la cabeza si se niega a pagar un dinero. Por lo visto se movía usted en ambientes poco limpios y febriles. Sin embargo, a pesar de sus sobresaltos y principios de malaria, de sus días de presidio en el Caribe y de su inserción en negocios turbios, mantiene la idea de belleza por encima de sus egoísmos.

Así que querido Paul (como tuvo usted más de español y sudamericano que de francés en la sangre), la educación sentimental lo liberó de los miedos que mantuvo, que fueron abundantes y continuos. Le hizo falta dinero, reconocimiento, enfrentó muchas envidias y lo vieron como a un delincuente De esto da razón William Somerset Maugham en la novela La luna y seis peniques. Pero al mismo tiempo buscó la razón de estar vivo y la magnificencia que la vida brinda en los colores, las formas, los paisajes y las gentes simples. Creo que por hablar de Flora Tristán y darse aires de su relación con las grandes señoras, Mario Vargas Llosa no lo lee a usted muy bien. O al menos como lo debió haber leído: desde el asombro de asistir a una vida en movimiento.

Usted murió, Paul Gauguin, en 1903, sin saber que era pintor post-impresionista (buscador de luces exteriores) ni que con su pintura comenzaba otra era, la de ir más allá de las poses y las caras cubiertas de polvo talco. Pero esto no es lo importante. Lo que interesa es su pasión por la belleza y la luz de la naturaleza, por la gente que resiste los aguaceros y las andanadas de corrupción, cantando Y por mantenerse vivo dentro de un mundo que miente con descaro, envidia con furia y ha convertido la estética en bolsas de silicona. Cuando llueve, Paul Gauguin, vienen a la memoria muchas maneras de resistir.


11. A LA GRIPA.
Estornudada, tosida y apestosa gripa, se ha vuelto usted tan común (por estos días de lluvia y cambios climáticos advertidos) como las propuestas febriles de Irán, Hamás y algunos candidatos a primera y segunda vuelta. Y si uno se descuida, igual de peligrosa. De alguna manera, se parece usted a Condolezza Rice, extraña señora que aparece de improviso diciendo que nada le gusta, promoviendo sustos, creando malestar y poniendo cara de bacteria. Y, como pasa y es terrible, debemos convivir con sus fiebres y escalofríos. Claro que a usted al menos la toreamos con bebidas calientes, antiestamínicos y excesos de acetaminofén. En este sentido, a usted le va peor que a las políticas exteriores, contra las que no hay nada que valga.
A usted, amiga gripa, la concibo como al Hobbit de Tolkien, saliendo de las profundidades de la tierra con la nariz y el cuero cargado de humedades. O como a la momia de Tutankamón, a la que las bacterias le produjeron un color dorado-podrido bastante particular. Pero no es imaginándola como la entendemos. Hoy sabemos que sus virus provienen de la familia ortomyxoviridae, bichos éstos que entran en las entrañas a través de la nariz y la boca afectando bronquios, músculos, pulmones y esfínteres. Dicho de otra manera, usted proviene de un grupo terrorista orgánico que, visto al microscopio, parece un trozo de kiwi mal cortado o mordido con rabia.
En 1918, usted mató más gente que la I guerra. Unos dicen que 21 millones y otros que casi 50. Claro que como las noticias eran sobre Verdun y el gas mostaza, poca gente se enteró de esto. Aun así, desconocida por la agenda de los medios, usted pasó a ser la cría de microbios más letal conocida a principios del siglo XX. Y no sé cómo será ahora, que no sólo ataca seres humanos de ideologías variadas sino gallinas y váyase a saber que otros seres que nos comemos o asesoran a los mandatarios de este planeta que tose, moquea y tiembla cada tanto que alguno bien publicitado habla con D-s o se reúne al escondido con otros. De todas maneras, ahí vamos, pálidos, bien arropados y sudando. Y sin saber si es por la gripa o por lo que nos espera. ¡Aahhchisss!: ¡Salud!


12. A CATON.
Recordado y apreciado Marco Porcio. Lo imagino a usted, en los tiempos del gran Imperio Romano, dedicado a la agricultura y entendiendo desde este oficio que la naturaleza contiene unas estructuras debidamente ordenadas que permiten ver la realidad sin que esta cause dolor. Es decir, que desde la contemplación y el trabajo con la naturaleza, lo que vemos y sentimos tiene un sentido que nos engrandece. Quizás por esta razón, cuando usted fue cónsul y estaba dedicado a la política, alcanzando el cargo de censor (título con el que pasó a la historia), se dio a la tarea de luchar contra el lujo y la corrupción, que son el criadero de los excesos, las sinrazones y muchas formas de estupidez. Y si bien sus argumentos fueron profundos, les echaron tierra encima.
Querido Marco Porcio, no sé qué pensaría usted de vivir en nuestros días, abundantes en estrés (trabajos en vano), discusiones bizantinas (programas televisivos), creencias en las cosas más inverosímiles (que D-s le habla a los líderes mundiales), cantos guerreristas (noticieros) y confusión entre la realidad y la fantasía, la verdad y la mentira, lo que tiene significado y lo insignificante. Creo que se llevaría las manos a la cabeza y correría desesperado creyendo que, sin darse cuenta, había caído al tártaro, espacio mítico en el que abundan las gorgonas, las medusas, los perros de tres cabezas y la gente sin ombligo, esa que nace por generación espontánea, chilla como un puerco y deja un cagajón que de inmediato se toma como un mensaje de las estrellas.
Es claro, amigo Marco Porcio Catón, que la historia ha pasado para nosotros en vano. Es como si un agujero negro se hubiera tragado lo construido hasta el momento (eso que no nos permitiría cometer errores) y regresáramos a los tiempos en que las respuestas no las daba la razón sino la imaginación enferma de los hombres con miedo permanente. Quizás, porque hemos perdido la memoria, confundimos lo bueno con lo malo, lo incierto con lo cierto, la procacidad con la virtud. No sé, Marco Porcio. Usted, que fue el padre de la lengua latina, que pensó en orden y dio a tantas cosas el valor certero o al menos verosímil, estaría perdido en nuestro mundo. O lo tendrían explicando las posibilidades astrales del caldo de hormiga. Es que ya creemos que Sodoma fue una gran civilización.

13. A ABELARDO

Apreciado y medieval maestro Pedro, el mundo es una representación del lenguaje. Esta teoría viene ya desde Platón y aparece en el diálogo El Cratilo, aunque hoy en día también trabajan el concepto filósofos como Wittgenstein y Gadamer, por mencionar dos buenas cartas. O sea que el lenguaje sigue siendo el que, con sus palabras y estructuras gramaticales, doxas (opiniones) y proposiciones (propuestas para ser discutidas) crea lo que entendemos o lo que al menos percibimos y tratamos de comprender que pasa con relación a las cosas y a los otros. Diría entonces, para involucrarlo a usted, maestro Pedro, que lo que sucede depende del argumento, de los prejuicios y enseñanzas recibidas antes y, para como está el asunto, no sé qué tan legítimas. Ya se parte de cualquier cosa.

Usted, maestro Pedro pasó a la historia por su calidad de excelente argumentador en la universidad de Paris, por sus relaciones peligrosas y deliciosas con Eloisa (quizás la mujer más inteligente de que he tenido noticia) y por la historia de sus calamidades. En otras palabras, sabemos de usted por el lenguaje. Pero, y aquí es donde aparece mi pregunta, ¿qué ha sucedido con las palabras que usamos? Para Filón de Alejandría (el neo-platónico que más me llega), la palabra es una especie de diamante de buen filo con el que se talla la certeza de la realidad. Pero esta concepción, con la que usted debió estar de acuerdo, hoy en día funciona poco y las más de las veces mal.

Veo que se argumenta con veneno y con rabia, con ignorancia y confusión ideológica. Se parte del caos y de la emoción y no de premisas sólidas o al menos inteligentes. Incluso se saca de la historia lo que ya no sirve para darlo como argumento. A mi correo electrónico llega tanta histeria en palabras que ya casi opto por volverme lacaniano. Es que el mundo que me están tratando de crear, maestro Pedro Abelardo, antes que compuesto de ideas está repleto de desechos, inmensas tristezas y soledades psicóticas. Se ha perdido la calidad del argumento y el mundo se ha achiquitado de tal manera que ya parece una bala. Lo que quizás realmente sea, así nos hemos vuelto de peligrosos.


14. POVEDA RAMOS

Apreciado y leído doctor Gabriel, por estos días de lluvias estruendosas y calores dañinos he leído y disfrutado su Historia Económica de Colombia en el siglo XX (editorial UPB. 2005). Y de esta lectura me han quedado algunas mariposas, como diría mi tía Josefina, que van de una oreja a otra. Esto quiere decir que la lectura ha funcionado, pues en lugar de respuestas lo que me ha generado son preguntas, lo que ya le da a su texto el carácter de objeto de estudio. Pues bien, la primera cuestión tiene que ver con aquellos que dicen que nuestra economía crece, cosa que no creo (me falta fe) porque el proceso económico está ligado a un desarrollo que no sólo obedece a ganancias y conquista de mercados sino a un proceso que toca con lo social y con criterios educativos firmes y actualizados.

Como bien sabe, querido doctor Gabriel, la buena economía crea una ideología y al final una forma de Estado que gobierna con políticas de crecimiento y bienestar. O sea que en la calidad de la economía se reflejan las libertades para competir de manera libre (no dependiente) en los distintos mercados, la generación de empleo digno (que permita vivir con un salario), la propensión al ahorro y una mentalidad propicia para la investigación, las mejoras tecnológicas y la seguridad ciudadana, no en términos de alarmas y cámaras que vigilan sino de comportamientos morales que alientan el entendimiento entre la gente y generan calidad de vida general y no sólo para unos pocos.

En su libro, en el que usted pone de manifiesto aciertos y errores, logros y fracasos, intentos de libertad y dependencias políticas, nota uno que el país ha querido arrancar su desarrollo económico pero algo ha pasado porque de repente se pasa del orden al caos. Me pregunto entonces, doctor Gabriel Poveda Ramos, si cuando entendemos que la economía va bien (como nos dicen), lo que funciona ahí son los intereses de los inversionistas (el logro de utilidades) y no lo que si sería un fruto de la economía ordenada: una sociedad que avanza hacia el bienestar con iniciativas y logros que competen a todos. Pero bueno, ahí vamos, mostrando índices de crecimiento para guardar las ganancias en el exterior.



15. A VERNE

Querido y de nuevo releído, Julio. Por estos días de calor desmesurado, alto ruido y gente con los ojos y las nalgas cuadrados de mirar el Weltmeisterschaft (el Mundial), en algún interregno logré leer un trozo de Peter Sloterdijk en el que se hablaba de usted. Este filósofo alemán (vivo y con figura de hooligan), al referirse a La vuelta al mundo en ochenta días, dice que Phileas Fogg, el personaje central de la novela, es la figura que encarna la actual globalización, el turismo que vemos y todos los sistemas de normas técnicas en las que primero está el dato que el individuo. En palabras de Sloterdiejk, usted, Julio, hizo una lectura de la deshumanización que acreditamos. Y bueno, para probar esta presunta certeza, releí la historia de Phileas Fogg (¿Niebla g?) y Picaporte.

Peter Sloterdijk, como siempre pasa en su filosofía cínica y el sistema de esferas, terminó teniendo razón: en La vuelta al mundo en ochenta días hay tres elementos angustiosos que permiten una lectura de nuestro tiempo: el afán por la puntualidad (donde el tiempo no es lo que corre sino un plan de citas, medidas exactas y conexiones), la presencia del hombre que se mueve sin percibir más que el cumplimiento de apuestas (o sea que parece un muñeco electrónico siguiendo las líneas de un circuito) y el uso del dinero como elemento para lograrlo todo (como medio y fin), así se pierda mucho. Leída la novela, se entienden mejor los personajes absurdos de Franz Kafka y Bruno Schultz, que huyen de esto..

Phileas Fogg es un maniático de la puntualidad al que el corazón le funciona sólo cuando le sobra tiempo (o sea por minutos debidamente contados). Hace cuentas hasta dormido, no se inmiscuye en problemas ajenos (así evade la otredad), su afán es el dinero y hace parte de un mundo en el que todo está calculado con apenas unos índices bajos de error. Y su pasión son las cartas, el juego de probabilidades etc. O sea que su mundo es robótico, exacto, en el que la vida hace parte de una gran máquina (no en vano después fue Auschwitz) que da utilidade. O sea que vive en función de los resultados. La pregunta es, entonces, si las resultantes justifican vivir como un muerto. O como un átomo mal partido.


16. A ZIDANE

Asombroso Zinedine, lo he visto jugar en este Mundial de manera maravillosa. Su manera de tocar la pelota, de engañar al contendor, de pasarla, de hacer juegos con ella, de enloquecer a la afición, me hace pensar en Albert Camus cuando definía el fútbol como una manifestación estética que se convierte en gol. También, viendo su juego, vuelvo al cuento de Augusto Roa Bastos, El crack, y a las crónicas maravillosas de Oswaldo Soriano y Javier Marías sobre sus jugadores y equipos preferidos. Así que, querido Zinedine, me ha puesto a leer de nuevo literatura (cuentos) sobre el fútbol y, supongo, algún escritor hará un relato pensando en usted y su presencia sobre el césped, hierba recortada esta sobre la que escribió Mario Benedetti, que también va a los estadios.

Ahora, hay otras cosas que me llaman la atención. Esto de que usted. Zinedine sea musulmán argelino, criado en un barrio popular de Marsella y seguro gran jugador callejero (o sea de origen pobre y excluido), y ahora sea el jugador número uno del equipo titular de Francia. No sé qué piensen los derechistas franceses de esto. Supongo que se muerden las uñas y se pinchan los muslos. Ellos, seguidores de Le Pen, racistas delirantes, deben haber recibido este Mundial como una mordida permanente de perro. “Hay que ver”, dirán, “en el equipo francés el que no es musulmán es negro”. Y si hay algún francés de origen, este viene de un barrio bravo, presunto criadero de putas y delincuentes.

Maravilloso Zinedine Zidane, espero que asombre mañana a los italianos. Y que si se luce y termina siendo el mejor jugador de este Mundial, no caiga en la trampa que algunos ya le deben estar tendiendo: que lo usen de manera política para justificar acciones contra los judíos franceses (ya en Paris, los Hermanos musulmanes picaron a un judío a principios de año). Así mismo, espero que no cometa ningún error, pues la derecha francesa diría que fue premeditado y entonces, ahora si, hay que echar a los argelinos de Francia. Hay muchas cosas que se juegan por fuera de los partidos y más dentro de las sociedades intolerantes que ven al diablo por todas partes. A un diablo que crece si hay gol o no lo hay.


17. A BURROUGHS

Leído y ahora recordado William. Usted fue el ejemplo de un mundo convulsionado en el que vivir fue más una apuesta que un fin. Quiero decir con esto que sobrevivió a la vida que le tocó, que fue la de la guerra, el macartismo, la guerra fría, la exclusión, la drogadicción, el desamparo, el desempleo etc. Realmente no sé cómo logro vivir 83 años. Pero como haya sido, usted es uno de esos síndromes raros que la medicina y la sociología no son capaces de explicar debido a que no cuadró en ninguno de sus esquemas. En otras palabras, usted fue un prontuario y un historial psicológico que puedo desarrollarse y salvarse en la escritura. Y como a Kerouac y a Ginsburg, le debemos la literatura Beat, esa que desnudó lo que había detrás de la libertad y el american way.

En alguna ocasión lo definieron a usted como un vampiro triste, quizás porque mató su mujer de un tiro en la frente (fue un terrible accidente, una mala representación de Guillermo Tell y la manzana) o porque ya viejo anunció zapatillas deportivas marca Nike. O es posible que esto del vampiro pueda deberse a que usted fuera nieto del inventor de la calculadora y se graduó en Harvard. Para ser catalogado como un ser de la noche y el desierto (su vida en Tánger no pasó desapercibida) existen muchas probabilidades. De todas maneras, hay una frase suya que me seduce mucho y es aquella de que todo paranoico sabe un poco de algo que sucede. O sea que no se es enfermo mental en vano.

Lo anterior lo traigo a cuento, William Burroughs, debido a las noticias de tanta gente que escapa del Líbano y que no sale únicamente debido a la acción de los israelíes sino porque allí pasa algo más y, me atrevo a decir, no es otra cosa que un Hezbolláh (el partido de D-s) con crías grandes en el gobierno libanés. Quizás se alucine, como en su libro Almuerzo desnudo, pero detrás de la alucinación hay un hecho concreto y es el de los grupos terroristas manipulando gobiernos que, cuando no logran sus objetivos (vencer o deteriorar al otro), llevan a cabo una acción destructora entre los suyos para endilgársela al enemigo. O sea que del Líbano hay que largarse porque sí y porque no.


18. A BUDA

Recordado Gautama, Jorge Luis Borges (en compañía de Alicia Jurado), escribió un completo estudio sobre lo que el budismo representa. Este texto, ¿Qué es el budismo? (1976), explica dos conceptos que hoy parecen olvidados: la certeza y el error. Los dos términos (lo cierto y lo errado, la certidumbre y el problema sin resolver) irían en contravía a lo que nosotros, de manera maniqueísta, consideramos el bien y el mal. Lo bueno y lo malo son categorías difíciles de definir ya que dependen del intérprete, en tanto que la certidumbre y la equivocación no se discuten porque son sentidas (están ahí y nos tocan) y frente a ellas antes que discusión lo que hay es verosimilitud. Todo dolor proviene del error, toda alegría del acierto.

Pero en el análisis político, donde la pasión enerva y confunde los sentidos y la razón, el acierto y el error se eluden para entrar en concepciones delirantes de bueno y malo. Esto es lo que veo, querido Gautama, en lo que se escribe acerca de lo que pasa en el Líbano. Sobre esto que sucede no se plantean certidumbres como que Hizboláh es un gobierno que domina y aterroriza a otro gobierno (al legítimo del Líbano), que cuando se bombardea a Beirut, por ejemplo, se ataca a las posiciones del Hizboláh en esa capital y no a la ciudad entera etc. Y no se ven los errores continuados de ese grupo terrorista, que involucra en su acción (aterrorizándola) a la misma población entre la que se esconde.

Para usted, Gautama (amable Buda) lo importante es la quietud del estanque (la mirada justa sobre lo que pasa) y la claridad del espíritu: hay que admitir la certeza y aceptar el error. Así no hay chivos emisarios ni odios ni prejuicios sino un real análisis sobre lo justo, sobre la acción y la reacción legítima. Y reitero, el dolor proviene del error y así quien haya cometido el error grite, acuse y señale, la certidumbre es que él mismo se causa eso que le sucede. La certeza nos une y el error nos separa. Y lo que es peor, cuando se persiste en el error, se pierden las reales dimensiones. Pensar exige aquietar las aguas y no enfurecerlas. Sin embargo, Buda, gusta más la pasión y el daño sigue. Es terrible leer algunos columnistas.




19. A ARBOLEDA

Apreciado y leído padre Carlos, vivimos en tierras de opuestos. Basta sentir el clima, por ejemplo, o saber que los caballos se revientan en las calles de la ciudad. O sea que pasamos del calor intenso al viento frío y del estilo del campo a los espacios urbanos sin que medie nada. Y por falta de esta mediación, necesaria en todo proceso lógico y decente, el resultado es una enfermedad a veces corporal y en otras, las más, mental. Supongo que esto se debe a que bajamos de la montaña fría al clima ardiente del trópico sin pasar por un intermedio templado. Algunos, incluso, se ufanan de esto, de tener climas opuestos a tiro de la mano. Esto, en teoría del color, es admisible. Pero en la realidad, pasar de un extremo al otro sólo causa rupturas, daños y condiciones, si no inestables, terribles.

Por estos días de flores y ex-amantes viejas que reencauchan memorias, he leído su libro Guerra y religión en Colombia (editorial UPB, 2005), un análisis completo y desapasionado de esta mentalidad de opuestos que siempre ha caracterizado al país. Así que, padre Carlos, he leído sobre hielos contra calores, cimas contra simas, verdades contra mentiras y viceversa. Leyendo su libro, he subido y bajado, he abierto los ojos y los he cerrado. En fin, me han sucedido muchas cosas que asimilo al paso del hierro hirviente a través del agua helada (ya se imaginará el ruido). Y la conclusión es simple: nos oponemos unos a otros sin que medie ningún reconocimiento de las partes. Somos únicos.

Y ser únicos, como mangos hinchados o boas gordas (fruta y culebra infladas a punta de desmesuras), ha hecho posible que en lugar de ser más parecidos seamos más diferentes. Y si bien la diferencia es necesaria, esta no funciona cuando está montada en el odio, la ceguera y la intolerancia extrema. Ya se sabe que entre el agua y el aceite no hay diferencia sino imposibilidad de que lo uno se mezcle con lo otro (lo que sería un real pacto civil, la mezcla). Entonces, padre Carlos Arboleda, su libro es una reflexión sobre las diferencias y de cómo estas cuando engordan y se crían mal, sólo producen dolor, deformaciones y óperas bufas. Y esto es claro: a más diferencias, menos sociedad civil.


20. A CACO

Por los días de fiesta y flores, recordado y vivido Caco., rey (o al menos guía y luz) de los ladrones. De sus mañas y villanías se habla en la mitología griega y dan razón Cervantes, Quevedo y muchos otros que sintieron el bolsillo roto y saqueado, los vidrios de sus coches destrozados y la boca seca del susto, por no decir de gritos de auxilio que nadie oye o que se oyen pero no se escuchan por conveniencia o miedo. Y usted corriendo (incluso bailando), claro, con el producto de lo robado. En otras palabras, haciendo de las suyas mientras por los parlantes se llamaba a la alegría, a un regionalismo del siglo XIX y a que se bebiera hasta caer al piso. Total, enemigo, Caco, usted en su salsa, atracando de lo lindo y hasta causando risa, porque a esto la llegado la solidaridad.

De sus tropelías, Caco (que como buen ratero vivía en una cueva del monte Aventino, donde Bolívar hizo su juramento), la más famosa fue la del robo de cuatro pares de bueyes a Heracles. Y como por esos tiempos la seguridad era poca (supongo que por el ambiente de fiesta y bacanal), tuvo el mismo Heracles que ir a buscarlo para recuperar lo robado. De cómo lo agarró del pelo y le hizo escupir el botín, da fe una estatua que se ve en Florencia, en la Piazza dei Signori, esculpida por Baccio Bandinelli. Y si bien esto es un mal ejemplo (la justicia privada desarticula las funciones del Estado y quiebra el pacto civil), ¿qué otra cosa pudo hacer Heracles ante este vacío de gobierno? ¿Esperar milagros?

También se dice, Caco, que fue su hermana Caca (¡qué nombre!) la que denunció donde escondía el fruto de sus robos, a cambio de que Heracles le diera alguna cosa. O sea que a más del robo, hubo que hacer nuevos gastos. De esta hermana no hay muchos datos, pero se le presumen oficios callejeros y nocturnos. Bueno, peligroso Caco, a usted lo he tenido cerca mientras la administración habla de éxito, incremento del turismo y alegría ciudadana. Y creo, para darme ánimos, que usted es parte de las fiestas y así, lo que uno no se gastó en aguardiente y cerveza, se lo hicieron gastar en reparar daños (el vidrio roto del carro), en cambiar cerraduras y en otros gastos aledaños. Y todos felices.
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21. A FIERRO.
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Querido y fabulado Martín, a veces es bueno ponerse a cantar al son de la vigüela, así sea por un rato. Creo que todos tenemos derecho a un descanso emocional y, si nos da la suerte, a uno de esos amores que se dan en las bancas de los parques públicos, como canta Brassens, con los que los peatones se asombran y crían ganas para llevar a la casa. Recuerdo a una anciana en un parque de Paris que aplaudía a los muchachos que se besaban. Se la veía muy contenta y muy hermosa con esto que veía. Seguro que cuando muera se llevará ese cielo consigo. Esta mujer también aplaudiría esto que les pasa ahora a ustedes, los argentinos, que han pagado buena parte de la deuda al Fondo Monetario Internacional, organismo éste que siempre se digiere mal.

Como usted sabe, querido cantor pampero y buen conocedor de cuchillos largos y filosos, el FMI y el Banco Mundial son diablos a los que en este país (mi país de pobres y chiflados) se les rinde culto, por eso no se habla de ellos sino que se los adora de manera inefable, así como se ama con pasión operática a la inversión extranjera y a todo lo que nos empobrezca cultural, económica y emocionalmente. Basta ver cualquier telenoticiero, que más parece un circo que sólo tiene como atractivo al enano más grande del mundo (que mide 1.80 Mt.). Supongo, querido Martín, que nos tocó una bolera que no acierta con nada, un caballo al que le quitaron el trote y un paisaje ajeno.

Mientras los vecinos, sean populistas o como los medios pro-norteamericanos los quieran adjetivar, comienzan a rescatar lo que les queda de dignidad, nosotros nos seguimos preocupando de que no descubran nuestras miserias. Manejamos palabras que esconden las certidumbres, imágenes publicitarias que alientan la estupidez, exceso de colorido y mucha sopa de lo mismo para que nadie se críe bien. Y así envejecemos recibiendo órdenes y obedeciendo como el perro de Pavlov, que a un campanazo comenzaba a salivar creyendo que le iban a dar algo y no recibía nada. Querido Martín Fierro, a veces dan ganas de tocar la vigüela, pero no tenemos con qué. Y nos hacemos los piolas, ché.


22. A KAPLAN


Enfermoso, delirante y digno Jacobo, a usted lo he encontrado en la última novela de Marco Schwartz, el escritor barranquillero. Y si bien usted es un personaje de novela, o sea un colombiano común y corriente de esos que si no imaginan se postran y se mueren, lo que me llama la atención es su insistencia en una idea, la terquedad. En un país donde la persistencia se acaba fácil porque para hacer una cosa aparecen otras que diluyen la intención de la primera, en el que hay más dispersión que dirección, donde para no hacer nada concreto nos llenamos de muchas otras cosas y entonces no hay cómo manejarlas y así lo mejor es el olvido, usted, querido amigo, da una pequeña lección: persistir en algo para sentirse no sólo vivo sino digno y antiparasitario.

Esto de las ideas fijas u obsesiones, que en ocasiones es enfermizo y peligroso cuando lo que se hace es en vano (los historiales psiquiátricos son ricos en esto), a veces resulta beneficioso. Baruj Spinoza habla del conato, o sea de persistir en ser para, en esta persistencia, ubicarse y tener elementos para seguir un camino. Martín Heidegger, habla del dasein (estar ahí) y, a partir de esta conciencia, reconocerse en un espacio y en un tiempo (en una circunstancia, como diría Ortega y Gasset) y así tener una razón para actuar. Y esto, querido Jacobo (o extensión de don Quijote, su modelo moral), es lo que usted hace: es un persistente, oficio que está en extinción.

La inmoralidad (esto de no persistir en costumbres buenas sino en dañar las que hay) es una constante posmoderna. Y lo es porque el derecho está por encima del deber, porque hay más palabrería que hechos, porque tratamos de vender lo que no tenemos, porque creemos que el genio es la idea y no el resultado, en fin, porque siempre hay una mentira y una rabia para no hacer lo debido. Y bueno, al menos usted don Jacobo Kaplan, va contra esto. Me gusta su terquedad. Y es que sólo en la terquedad se desarrolla un país. No se puede asumir el cambio sin haber terminado lo que hacemos (sin terminar algo no se sabe si está bueno o malo). Es lindo que usted sea usted y no le eche la culpa a Contreras.




23. A GUTENBERG

Apreciado, trabajador y muy útil Johannes: en 1444, en Maguncia, inventó usted la imprenta. Y si bien este descubrimiento ya lo habían hecho los chinos (¿qué no habrán hecho los chinos antes?), esto no empaña su invención. Con usted Johannes comenzó una real revolución en la comunicación (como lo dice Marshall Mc Luhan) ya que el conocimiento se amplió y llegó hasta lugares lejanos, permitiendo no sólo la lectura sino la discusión y la multiplicación de las acotaciones. Esos tipos móviles de madera que usted construyó con tanta curia y con los que se imprimieron los primeros libros en occidente, incitaron a que más personas se instruyeran y a que el lenguaje se hiciera más fino, ya que las palabras impresas son las que realmente educan porque se pueden releer y analizar.

A usted, entonces, le debemos el libro impreso y el inicio de la comunicación rápida. Y, con el tiempo, que supiéramos de otras culturas, que compartiéramos pensamientos, que discutiéramos con rigor etc. Un gran invento la imprenta multiplicadora de libros, que a más ejemplares producidos, más fáciles de adquirir por el precio bajo. Cuestión de costos básicos y de economía a escala. Claro que aquí ya no es así. Nuestros libros de enseñanza no sólo son caros sino que cambian cada año, o sea que lo que se hizo antes estaba malo, parece. ¡Qué bajo nivel! Sabemos que el tercer mundo va contra la lógica, es la condición del atraso; pero que dude de los saberes simples ya comprobados, es brutal.

Un texto escolar, Johannes Gutenberg, en la civilización, es barato no sólo por el alto tiraje sino por el uso social que tiene. Es un insumo básico ciudadano y debe estar protegido por el Estado. Sin embargo, en Colombia (tan cómplice), la corrupción infectó también este rubro. En dos años los libros valen el doble y así la guerra económica atenta hasta contra los niños que aprenden a leer. Esos libros nuevos no dicen nada distinto a los viejos, sólo que tienen más palabrería (metadiscurso) y menos sentido práctico. O sea que cada vez se enseña más la inutilidad. Pasa como con las enciclopedias modernas, que dicen qué es pero no cómo hacerlo (las viejas lo dicen).Y así desaparece el hombre con iniciativa, tan peligroso.



24. A TOCQUEVILLE.

Querido y leído Alexis, de usted sabemos que fue un noble parisino, cosa extraña si tenemos en cuenta que nació después de la revolución francesa (de aquí quizás esto de las democracias fingidas), y que huyendo de los desbarajustes de las comunas de Paris en 1830, llegó a América del norte y allí alucinó con las teorías democráticas propuestas por la revolución norteamericana. Hasta aquí todo está muy bien, así como es muy bueno su libro La democracia en América, uno de los clásicos de la filosofía política. Digamos que por esos días de los comienzos de la edad moderna (1830), como cataloga este tiempo Paul Johnson, los principios de Washington, Jefferson y Franklin apenas se estaban moldeando y todavía los camellos y las vacas comían yerbas biológicas.

En su libro, visionario Alexis, se lee sobre una sociedad igualitaria conformada por individuos solos y aislados, clonados ideológicamente y cada vez más serviles y sin más voluntad de hacer que dejarse manejar dentro de un sistema de hormigas industriosas donde una acción distinta a producir será mal vista por la masa que obedece. Algo así como en El mundo feliz de Aldous Huxley o en el terrible 1984 de Georges Orwell. Y en este mundo sistemático y preciso, aparece la democracia promoviendo la servidumbre voluntaria en la que unos pocos piensan y los demás, dejando la responsabilidad de actuar a una minoría, se hacen a la idea de que al menos así conservan lo que tienen.

No sé, respetado Alexis de Tocqueville, si hemos llegado a los extremos que a usted se le ocurrieron. Lo que si sé es que en cuestiones democráticas la gente se mueve cada vez con menos criterio, las ideologías básicas se pierden y los fundamentos sociales se enmohecen debido a la no participación en los haceres ciudadanos. Todos esperan a que el Estado decida, a que las cosas se den solas y a que D’s haga por nosotros lo que por deber nos toca. Hay mucho reclamo de derechos y evasión de deberes, demasiada uniformidad y mucha palabrería sin sentido, donde hasta el muuu! de las vacas tiene un metasignificado. Y ahí vamos, ojalá y no en la dirección exacta a lo que usted pensó.






25. A PAPINI

Apreciado y leído Giovanni. De los libros que usted escribió, Borges escogió tres cortos que consideró obras maestras: Lo trágico cotidiano. El piloto ciego y Palabras y sangre. Pero esto es cosa de Borges y de su humor negro. Yo en cambio hubiera escogido dos. Gog y El libro negro, que si bien no tienen la calidad literaria (hablo de forma) de los tres mencionados al principio, si al menos se ajustan más a las locuras y desmesuras de nuestros días, abundantes en papeleos, filas de gente bajo el sol esperando un certificado y cerebros programados para pensar como máquinas de escribir. No sé cómo nos clasifiquen los extraterrestres, pero imagino que estamos en la categoría de gente rara y tonta que asiste al desarrollo tecnológico para mirarlo como se ve a los circos.

Se supone, querido Giovanni, que el progreso nos haría más libres, como decía Francis Bacon en la Nueva Atlantis. Cosa (o asunto) que también pensaba su personaje de Gog y El libro negro, ese millonario que cuestiona y se burla de todas la inteligencias igualándolas por el rasero de la estulticia, que es el mal más común y barato al que a diario tenemos acceso. O si no, veamos el asunto del papeleo en nuestro país: cada tanto hay que ir por un papel, el del año pasado no sirve para este año, al papel inicial le falta otro papel y amén. Y como en El proceso de Kafka, vamos de una oficina a otra obedeciendo a una norma que de descompone en otras normas porque al fin nada está claro.

El papeleo es el síntoma de subdesarrollo de un país. Los papeles excesivos, que hacen parte de la destrucción del ambiente, demuestran hasta que punto estamos bajo cero, congelados en algún estadio primitivo del desarrollo. Amamos el papel con delirio, el gobierno lo adora, los ratones se indigestan etc. Y si bien sin papel no existimos (todo está certificado en papel), también es cierto que en tanto papel nos perdemos y, en un descuido, podríamos hasta perder todo rastro de nosotros. Entonces, Giovanni Papini, en esta fiesta interminable de papel que se sella y firma, no queda más alternativa que leer la mezcla entre El piloto ciego y El libro negro. Es para saber por dónde vamos…


26. A VOLTAIRE

Leído y a veces (últimamente) muy recordado Francoise Marie Arouet. De usted sabemos que fue cínico y mordaz hasta el punto en que en más de una ocasión tuvo que salir corriendo a buscar refugio en diversos lugares de Europa (llegó a la misma Rusia) debido a sus comentarios burlones, políticos e históricos en los que no sólo cuestionaba lo que estaba sucediendo sino la manera de pensar en eso que sucedía. Digamos que debido a tanto susto (cuando se acaban los argumentos de razón aparece la agresión), su palabra de batalla fue tolerancia, palabra ésta que significa, entre otras cosas, posibilidad de discutir sin que medien verdades absolutas de por medio. Y si bien usted mismo fue intolerante, esto no le quita contenido a la palabra.

De usted recuerdo dos textos base para la Enciclopedia francesa y el movimiento de la Ilustración: las cartas inglesas o filosóficas y El cándido. En el primero, hace un diccionario de lo que usted cree que son ciertas palabras claves de la cultura, ya que hablan del origen, los mitos fundacionales y lo que se creía (y hoy algunos creen) que era el basamento del pensamiento occidental. Claro que esas palabras no se discutieron. a pesar de la fundamentación que tenían, sino que lo obligaron a esconderse. En el segundo libro usted habla del mejor de los mundos posibles, que es aquel en el que yo me miento y así trato de rebajar los miedos que me rodean.

En El cándido, querido Voltaire, los terrores que sentimos y los horrores que vemos podrían ser algo peor, así que dejan de ser lo que son ya que existe la posibilidad de cosas más atroces. Y como hay algo más terrible, entonces lo malo que tenemos resulta siendo bueno y así nos evitamos la auto-crítica, el reconocimiento del error y el tener que ceder estado de naturaleza. Bueno, esto sucede y, con contradicciones e incoherencias, se justifica. De usted sabemos que, al igual que Pangloss, sufrió de enfermedades crueles (entre ellas una vergonzosa), que desdentó del todo siendo joven y hasta lo picó la tuberculosis. Sin embargo, se murió de viejo, lo que me hace pensar que se aplicó dosis de mejor mundo posible. Lo que no sé es a qué le supo. Supongo que mal.


27. A FILANGIERI.

Apreciado y apenas ahora conocido Gaetano, hace usted parte de la Ilustración italiana o más claro, del pensamiento político que más influyó en Bolívar en lo tocante a la concepción de la estructura legislativa para lo que sería la Gran Colombia. Lo raro es que nuestra historia de las leyes no lo menciona y le da todo el peso intelectual a ingleses y franceses. (al benthamismo y al montesquieusismo). O sea que usted hace parte de los excluidos (o escondidos) que dijeron las cosas claras pero que no se mencionan porque sus apellido y libros, debido quizás a su facilidad para entenderlos y pronunciarlos, no legitimaban bien este berenjenal de leyes de tierra caliente que empezaron con Santander y que aparecen como las estrellas de nuestro cielo: demasiadas y lejos.

De usted he sabido por la investigación que dos profesores de la universidad Eafit, Adolfo Maya S. y Camilo Escobar, han hecho sobre la ruta de Nápoles, un camino intelectual que llenó las bibliotecas de nuestros próceres con libros en italiano y español (que fueron más que los libros de Francia a Inglaterra) en los que se sintetizaba y discutía el pensamiento Montesquieu, Raynal, Helvétius, Holbach , John Locke, Tomas Hobbes, David Hume , Vico, Beccaria, Verri, Muratori, Genovesi, Gravina etc. Allí aparece usted, Gaetano, como autor de la Ciencia de la legislación, que se tradujo al español en 1784. Pero, como pasa, a los ilustrados los silenciamos en estas tierras.

Esta tradición de no admitir lo claro sino lo confuso o mal traducido, querido Gaetano Filangieri, lo que permite todo tipo de interpretaciones y por ahí derecho a meter “micos”, gusta mucho por aquí, donde el uso indebido de la ley come por encima y por debajo. En este punto recuerdo la visión que Fernando Gonzáles tenía de Santander, al que describe comiendo papel para que las cosas no se sepan. Pero bueno, al fin todo se sabe y ojalá esto que se descubre sirva al menos para saber que lo que sabemos de la historia oficial no es. O le falta lo escondido. Y para entender también que hay políticas tales, que con razón no hay gobiernos locales sino extensiones del Imperio. ¿Yes o oui?



28. A DE HORY

No sé cómo decirle, si recordado o buscado o asombroso o bastardo, Dory Boutin o L. E. Raynal Louis Nassau o Elmyr. Tantos fueron sus nombres y posibles nacionalidades (rumano, francés, balcánico, polaco) como falsificaciones de arte. Y hasta es posible que en su tumba no esté usted sino un ataúd con piedras, como dicen, para susto de los galeristas. Toda su vida es un misterio y una burla, un juego laberíntico y a la vez una invención. Lo único que está claro es que sobrevivió al nazismo y que sacrificó sus habilidades de pintor por las de la falsificación, ya que vender Picassos falsos reportaba más dinero que andar buscando galerías y críticos de arte que le hicieran un comentario a favor. Bueno, entonces mejor falsificó Renoir, Matisse, Modigliani etc.

Esto de copiar lo ajeno y de engañar a la gente no es oficio nuevo. En el Barroco y la Ilustración los casos son muchos. Claro que en el suyo, hablamos de copias perfectas, al punto que llegó a engañar a los expertos del Fogg Art Museum de la universidad de Harvard y al mismo FBI, que no supo bien de dónde sacaba usted tantos originales de pintores famosos. Y si bien finalmente fue encarcelado por sus costumbres inmorales, al fin un amante lo delató y ahí se supo todo, no hubo ejercicio de la responsabilidad sino ruido, biografías y películas como Fraude, de Orson Wells. Diría que usted corrió con suerte y, como en la baraja, siempre tuvo el as del caco, que vale por 20 en oros. .

Pero no sucede así en Colombia, país en el que se copia lo malo, lo deforme, lo que no tiene sentido porque lo que contiene bacterias se cae solo. Oí hace poco que un concejal de Bogotá copió un trabajo de http://www.elrincondelvago.com/ para hacerlo pasar por el texto de un acuerdo. Supongo, mencionado Elmyr de Hory (o como se llame), que este tipo de falsificaciones burdas lo incomodan porque no sólo desacreditan el oficio del falsificador sino que lo pone al alcance de los más bobos. Bueno, de todas maneras, en una tierra donde se roba tanto ya era hora de que robaran trabajos de estudiantes para hacerlos pasar por creaciones originales. Qué vergüenza tanto chorizo.


29. A CAPPA
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Apreciado y admirado Robert, usted fue considerado como el mejor reportero gráfico del siglo veinte porque su cámara captó la esencia de la guerra, que no es otra que el absurdo que le canta a la muerte destrozando la vida. Son famosas sus fotografías sobre la guerra civil española, la guerra de la independencia de Israel, la segunda guerra, la de Indochina y la guerra sino-japonesa. En esas fotos aparecen los niños que se disfrazan de soldados, las mujeres que miran al cielo mientras huyen, los hombres que van a la guerra, los supervivientes, los que mueren con un fusil en la mano etc. Allí, en esas caras, se ve a los que van a matar y a los que serán matados, a los vencidos y a los vencedores. En síntesis, sus fotos son una denuncia de la pérdida de la razón.

Aristóteles, querido Robert, al referirse a la verdad, decía que ésta “consiste en decir del ser que es y del no ser que no es”. O sea que aclaraba sobre lo real necesario y eso que es innecesario, lo que tiene significado ético y lo que carece de él. Así que sus fotos, Robert, eran la realidad necesaria para la denuncia del desmoronamiento de la inteligencia y, a la vez, una propuesta para ejercer la compasión y la simpatía frente al débil. Desde este punto de vista, la fotografía de una tragedia planeada tiene sentido. Pero, ¿qué pasa cuando la fotografía no es un asunto de denuncia sino una muestra de falta de compasión? ¿Cuándo no es la historia la que se quiere fotografiar sino un irrespeto a la intimidad?

Traigo esto a colación, querido Robert Cappa, porque nuestros medios están perdiendo la dignidad y están justificando lo injustificable: la legitimación gráfica del dolor que produce más dolor y que en síntesis no explica nada que no sea que están perdiendo la moral. Un bien público (como es la información), tiene dos estadios: lo que es importante para la comunidad porque la hace pensar y crear opinión y lo que llama a la solidariedad. La primera exige la evidencia, la segunda el símbolo. De algo que sucede al azar, basta una idea general. De algo en lo que hay sevicia y actitud política, una muestra detallada de cómo nos fueron matando. Pero, digo, lo moral ahora es lo inmoral. ¡Click!.


30. A UN UOMO QUALUNQUE

Apreciado anónimo y por eso querido y, sin pretensiones de ninguna clase, reconocido en el barrio, en la casa o en frente al espejo, qué más da. No importa quién sea usted y si hace parte de la foule, como en la canción de Edith Piaf o del tango. Lo que interesa es su anonimato, la libertad de ir por ahí sin que nadie sospeche nada de usted y menos que sea pasto de lenguas viperinas, espíritus sucios y demás criaderos de amebas rabiosas, que por aquí baten records de esos que no menciona el Guinnes. Ser un cualquiera, un uomo qualunque, le permite enamorar sin compromisos, cantar lo que quiera y maldecir cuando le toca. Diría que su falta de cartel es su mayor fortuna porque así se mueve como los pájaros o los ratones de campo.

Ser un uomo qualunque, como usted y como tantos, es una seguridad en un país donde la rabia no sólo es enfermedad de perros. Y ese anonimato, que lo certifica como hombre simple que no necesita ser denunciado ni señalado, que quizás ni hace parte de una base de datos, lo pone por encima de quienes están en la mira. Y así va usted, como el Garufa, sacándole partido a los pequeños acontecimientos, con la boca limpia y el ánima funcionando como se debe, es decir, dispuesta al baile, al abrazo y a las comidas condimentadas, que le entran derecho y lo más que le producen es un eructo. Usted es un Milord, como ese al que le cantaba el gorrión.

Y recurro a usted, uomo qualunque, que tanto acredita la bonhomía (que en boca de algunos es tontería y en la de David Hume, dignidad), para que las fiestas que vivimos tengan la belleza necesaria para reconocerse en el otro y en el baile abunden los pasos y las risas. Y para que cualquier regalo sea una maravilla, así venga empacado el papel periódico. Que envidia ser usted uomo qualunque, que con la camisa que estrena tiene. Y qué dicha saber que existe, porque uno se puede refugiar en su casa y sentir que las grandezas simples no son una frase sino el hecho necesario para que haya dignidad. Feliz navidad, entonces, uomo qualunque.


31. A VAN DER BURSEN.

Apenas por estos días conocido Van der Bursen, señor de quien pocos datos se tienen o sea que no sabemos si era gordo o flaco, viejo o joven, hombre o mujer o si en verdad existió. Casi que me inclino por esta última opción dado que los que no existen (como es el caso de Fulcanelli y algunos cedulados misteriosamente) sirven para soportar lo que la gente se imagina y dice muy campante y así, entonces, como si nada. De todas maneras, supongamos que (como se dice en filosofía) al nombrarlo ya ha comenzado a existir. Lo supongo entonces hombre y de barriga prominente, piernas delgadas y cara roja de tanto beber cerveza. Así creo que eran (por lo que ahora se ve) los belgas de la ciudad de Brujas, ciudad en la que a usted algunos lo ubican en el siglo XVI.

Con el supuesto de que usted existe (esto es una especulación), de su nombre, Van der Bursen, proviene la palabra bolsa, muy nombrada en estos días por aquello de que se infla y se desinfla, todo depende de los chismes, rumores, datos por debajo y premoniciones. Bursen, en holandés (para el caso belga, en flamenco), traduce Bolsa, y se dice que en su negocio los comerciantes se reunían a especular para lograr mayores ganancias o dejar definitivamente el oficio, como le pasó a Antonio, el comerciante vivo y antisemita de El mercader de Venecia, de Shakespeare.

De todas maneras, señor Van der Bursen, usted remite a otros que se enriquecieron y arruinaron con esto de jugar con un sistema financiero que carece de un modelo matemático real y se rige más por lo que podría ser que por lo que es: una simple venta de partes de una empresa. Pero, debido quizás a esa tradición de navegantes que caracteriza a la gente de los Países Bajos, esto de la bolsa sedujo: era una especie de símil del movimiento del mar, de sus calmas y sus tormentas, en el que todos los dioses son válidos y donde la emisión de adrenalina se convierte también en un vicio, esta vez amparado por el Estado que, cuando se asusta, libera los mercados así como se liberan los pájaros y después no hay quien los recupere. Y…


32. A MILTON

Leído y revisado John, son pocos los ángeles y más los demonios en estos días. Y ya el Paraíso no sólo está perdido (al menos no aparece en ninguna base de datos) sino que ha sido reemplazado posiblemente por el Pandemonium, esa ciudad de los diablos en la que los gritos y el calor descomunal, la agresividad y la locura es pan de todos los días. Quizás para el tiempo en que usted escribió El Paraíso perdido la diferencia entre el bien y el mal, el error y al acierto, la libertad y la esclavitud era tan amplia que sólo podía concebirse en términos de filosofía o literatura mayor. No como ahora, donde los conceptos se confunden y hasta se mezclan dando como crías monstruos muy parecidos a los aliens o, para contemporanizar con usted, a los kraken.

El caso es, querido John, que las angeologías y demonologías, tan claras en su obra (lo que hacía suponer un más allá en blanco o negro, en fresco o fuego), ya no son figuras que nos llamarían al comportamiento moral sino estados que mutan en el momento menos pensado debido a la presión, el estrés, la frustración y la incertidumbre que genera la mentira, el desorden institucional y, como ejemplo, el caos vehicular que reconstruye el Pandemoniun, pero una manera más atroz. Basta con salir a las seis de la tarde de cualquier sitio de Medellín para encontrarse con la más variada gama de ángeles convertidos en diablos rabiosos y purgados con sal de Glauver. .

Uno de los fracasos de la política, como dice Norberto Bobbio, es la existencia de problemas sociales. Y el problema es social cuando el ciudadano ve invadido sus espacios, sus deberes, sus derechos, su necesidad de movimiento y el sentido que debe dar a cada cosa que hace. Así que el Pandemoniun es la política que ha fallado y con ella los planes de los gobernantes. Y en ese fracaso se evidencia la falta de solidaridad, el narcisismo, la corrupción, la falta de inteligencia y la mala planeación. Y todo por las suplantaciones: es que son muchos los que están donde no deben estar, así ellos crean que si. Querido John Milton, quería hablar de diablos y más diablos.


33. A WEIZMANN

Recordado y releído Jaim, entendiendo por recordar volver a situarlo y por releído, encontrar en sus propuestas una respuesta más (o al menos otra dirección) a muchos asuntos que nos conciernen. Y en este caso, a uno primordial: la verdad. ¿Qué es la verdad? Es una construcción que se realiza reconociendo errores, buscando el entendimiento cierto de algo y encontrando en ello un sentido bello y ordenado (una conciencia) de la realidad. En otras palabras, en una situación en el mundo sin miedo. Recuerdo su libro Por el error a la verdad, en el que usted plantea (como buen químico que era), la necesidad de construir equilibrios entre fuerzas que se oponen y conceptos claros necesarios para que esa construcción se entienda no a través de un deseo (que sería una idea falsa) sino de una certeza moral.

La verdad (al menos lo que llevamos entendido de ella), querido amigo, es el fundamento de cualquier asunto que se construye. Sino hay una verdad (una certidumbre de que es así), siempre falla lo que se hace. En la ciencia esto es claro: la ingeniería, la medicina, la arquitectura etc. no funcionarían si no partieran de certezas ya probadas y exentas de error. Y de comunidades dignas que han purificado esa verdad hasta volverla necesaria. Porque la verdad no es individual sino que, como la realidad, necesita de más de dos para que se manifieste. Es una discusión inteligente.

En estos días de relativismo, de persistencia en el error y defensa de la ignorancia (se desconocen furiosa y descaradamente los fundamentos que han hecho posible lo que tenemos), la verdad, querido Jaim Weizmann, se ha convertido una palabra política y neurótica con la que se defienden errores o se trata de ocultarlos. Ya no es un descubrimiento que nos permitiría vivir mejor y menos una seguridad contra la equivocación. Es una palabra insignificante (sin significado) que antes que alegría produce miedo. Se nos ha olvidado que la verdad es lo que nos proporciona seguridad y elementos de memoria cierta. Es una palabra que asusta: contiene adentro otra, justicia.


34. A TUDELA.

Querido Benjamín, usted fue el primer gran viajero de la historia. Al menos el que viajó siguiendo una ruta y escribió sobre los países que iba conociendo, las costumbres y geografía, las formas de gobierno y el comercio. Luego lo siguieron Ibn Batutta (el gran viajero del mundo del Islam) y Marco Polo, todos dando datos nuevos y tratando de aprender sobre los lugares que visitaron. Así, por hombres como usted (de carácter cósmico) supimos que cada viaje producía luces. Y que en el medioevo antes que oscuridad (como alegaron los ilustrados del siglo XVIII), lo que hubo fue una necesidad apremiante de saber del otro, de lo que había más allá de los espacios reconocidos. Se viajaba para ser más humano y ejercer la admiración.

Por sus crónicas, querido Benjamín, sabemos que llegó casi hasta china, saliendo desde España. Y no sólo una vez sino una segunda, ya que no basta una primera visión de algo para entender sino que se debe reverlo para reconocer el hecho sin cometer errores. Digamos que en sus criterios hubo mucho de educación talmúdica. No basta con una primera versión. Es que lo primero que vemos o sentimos tiene más de fantasía que de realidad, por ello es necesario volver sobre los pasos y quitar de allí (de lo que volvemos a recorrer) todos los compuestos fabulados. La realidad no es una primera impresión, nace después de la segunda o la tercera. Un buen estilo de viajero el suyo.

Supondríamos entonces que con su ejemplo (y con el de Marco Polo e Ibn Batutta), el mundo sería más bello y tendría mayores posibilidades, aun sabiendo de tribus bárbaras y costumbres salvajes. Pero no, querido Benjamín de Tudela, hoy los países ya no están para ser conocidos sino invadidos porque antes que hombres cósmicos (sin fronteras y con ideas claras de D-s) lo que vemos son viajeros narcisos y en pie de guerra. Gente a la que sólo le importa tener lo que tiene el otro, como se dice en el Manifiesto antropófago de Oswald de Andrade. Ya no hay una moral para llenarse de admiración (conocimientos frescos). Miramos el mundo con ignorancia, rabia y miedo.


35. A BAUMAN

Querido y apenas ahora leído, Zigmunt. Hace unos años, Marshall Berman decía que todo lo sólido se desvanecía en el aire, explicando las distintas rupturas y filtraciones nocivas que afectaban la cultura y, por ahí derecho, todos los valores que produce ésta. También, en la última década, W. G. Sebald escribía una novela reflexiva, Los anillos de Saturno, en la que hacía un recorrido por todo aquello que nos hacía humanos, relatando su destrucción. Es decir, nuestra pérdida de condición de humanidad. Y ahora es usted, querido Zigmunt, quien, como un tercero que ya define una realidad, dice que todo lo sólido (esto que no ha hecho dignos y entendidos), se vuelve líquido y así fluye, se estanca, se evapora y, si es del caso, se desborda y entra en crisis.

Pero no se trata, reconocido Zigmunt, de una visión apocalíptica del mundo sino de un análisis de los distintos miedos que nos acechan y cada vez crían más dolor entre nosotros. Porque si se pierde el sentido sólido de los valores, si se quiebran los fundamentos que nos daban seguridad, si se rompen las formas dignas de actuar (la moral alta y mínima), del hombre ya no queda sino un ser a la defensiva, neurótico, peligrosamente obsesivo y dado con rabia y desesperanza a las satisfacciones instintivas. Leyéndolo a usted, he pensado en los días previos al diluvio: muchos animales asustados y sólo unos pocos entrando al arca.

Lo sólido del lenguaje (hablar con sentido y usando las mejores palabras), la solidez de la moral (lo que permitió crear una comunidad y un nosotros), las estructuras finas de la cultura, la ciencia como un cuidado de las cosas, todo esto ha perdido su consistencia y ahora, como una mancha, se licua y fluye de manera desordenada (posmoderna) sin más horizonte que el narcisismo, el estado de naturaleza y los miedos desmesurados que nacen de no tener más espacio que el cuerpo y unos sentidos sin educar. No es extraño, entonces, querido Zigmunt Bauman, que en esto que se ha vuelto líquido y evaporable nos ahoguemos. Y al ahogarnos, gritemos en lugar de razonar.



36. A LEVI.

Querido, recordado y siempre angustiado, Primo. Usted fue uno de los sobrevivientes de la Shoá (Holocausto judío) y toda su obra escrita estuvo centrada en explicarse qué sucedió para que la razón llegara a los extremos de industrializar la muerte y convertir la ciencia en un aparato destructor de la dignidad, el honor y la condición humana íntima. Porque la Shoá (palabra que en hebreo significa destrucción y no holocausto, que se refiere más a un sacrificio) fue un exterminio planeado y ejecutado de manera sistematizada, con presupuestos de horario, rendimiento laboral y velocidad de fusión al momento en que un cuerpo entra en contacto con el fuego. No fue algo imprevisto sino, como se dice en derecho penal, un acto genocida realizado con sevicia y a conciencia.

Esta semana se reunieron en Teherán, leído Primo, una serie de historiadores revisionistas, casi todos con prontuario policivo, para dar una nueva visión del nazismo y negar, en lo tocante a los judíos, lo que sucedió en la II guerra. Porque según ellos todo es una invención, aún los sobrevivientes. Frente a estos nuevos nazis, personas como usted, Amery, Celan, Kertesz, etc., nunca existieron y su obra (en la que no hay novela sino reflexión sobre eso terrible que sucedió) es un producto más de la paranoia que de la realidad. Para esta gente que miente deformando la historia, las fotografías, los documentos escritos y filmados, los miles de huesos no escondidos, todo es un montaje.

Pero lo peor Primo Levi, no es que se trate de deformar la historia. Esto ya ha pasado en cientos de ocasiones y los que antes era meros asesinos hoy son el origen de familias nobles e imperiales. Lo trágico de esto es que si hoy se niega lo fotografiado y filmado, los libros contables, las marcas en la carne, las enormes fosas comunes, la evidencia arquitectónica de los sitios de muerte, mañana se negará cualquier crimen por atroz que sea, es decir, la niña que se incendia con napalm en Vietnam no será cierta, ni serán ciertos los gulags rusos ni se creerá en las matanzas con machete en el Congo belga, etc. Primo, legitimando la mentira, ser asesino ya es una cuestión de honor.


37. A SOTO

Querido, leído e irónico Gonzalo, hay tres cosas en usted que me gustan mucho: su persistencia en el Medioevo, su posición frente a los ilustrados europeos y ese aire de goliardo bonachón, aunque aclaro que usted no bebe ni pelea como si lo hizo el hermano John, personaje grande y bebedor que es indispensable para entender las andanzas de Robin Hood o al menos el ritmo de la balada que cuenta esa historia de los bosques de Sherwood y lo que al fin hicieron los últimos cruzados cuando regresaron a sus tierras con no más herramienta de trabajo que la espada, el arco y la ballesta, y seguidos por las ratas, cosa que causó la peste negra. Cuestión de oficio, creo yo. Y no medieval y oscurantista, como algunos presumen, sino todavía vigente. Basta ver la película Cuatro de julio.

Irónico Gonzalo, por estos días de bronquitis alterada porque el clima más parece clima político global, he leído su libro Filosofía y cultura (Editorial. UPB, 2006) y he pensado que saltándonos a los medievales (como ha sido la propuesta racionalista), en lugar de más inteligentes seríamos más primitivos. Quizás esto se deba a que en la oscuridad es más patente la luz y que la claridad, cuando es excesiva, nos enceguece. Y digo esto porque hemos perdido la capacidad de argumentar, carecemos de maestros y admitimos como cierto cualquier diablo relleno de silicona. O sea que nos hemos vuelto oscuros y no a causa de la escolástica sino como producto de un lenguaje que nombra pero no define bien.

Entonces hay que ser irónicos. Y como bien sabe, leído Dr. Gonzalo Soto, la ironía, a demás de ser esa burla ingeniosa y disimulada, también es la manera entender lo que pasa por el contrario de lo que se dice. O sea que es una forma de entendimiento necesaria para descifrar los tiempos que habitamos, en los que tanto se miente de forma presuntamente ilustrada. Y hablando de presunción, que bueno hubiera sido encontrar El libro de la risa que se le atribuye a Aristóteles (que sería la segunda parte de La poética). De encontrarlo, es posiblemente que el mundo fuera menos risible. De momento, la ironía suya, la de Rorty, la de Diógenes el cínico, incitan. Claro que incitar es una mala palabra, dicen. .


38. A MAHFUZ

Querido y recién partido, Naguib. No es corriente que a una persona se le escriba al momento de morir pero, como vivimos en tiempos de quiebra de paradigmas, me atrevo a hacerlo. Pero aclaro algo, los paradigmas que quebramos es para asumir otros más viejos, sosos y con más errores, o sea que realmente no se quiebra nada sino que se involuciona, lo que ya dice el punto al que estamos llegando: cada vez nos parecemos más a bacterias, protozoos y otros seres unicelulares (se vive en lo unívoco) que apenas desarrollan cola. Creo que Konrad Lorenz, ese hombre que hablaba con los pájaros y los peces, fue quien dijo algo sobre el parecido actual entre los espermatozoides y los renacuajos, lo que propiciaría la aparición de gente bastante extraña.

Naguib, de usted me maravillaron muchas cosas: el cigarrillo egipcio en sus dedos (no sé qué explicarán sobre cómo logró vivir 95 años), su persistencia en narrar sólo la gente de su barrio en tiempos variados, pero siempre ahí, testigos de la ciudad de El Cairo y de la vida común y corriente; su posición frente a la política necesaria de paz (lo que le valió dos puñaladas) y ese no moverse de su sitio (ni siquiera para recibir el premio Nobel), dando a entender con esto que el mundo se da sólo en el lugar que conocemos bien y que desde ahí, bien o mal, nos enteramos de quiénes somos y como sobrevivir entre los nuestros. Como buen islámico sunita, usted fue un hombre de la Umma (comunidad).

Querido y ahora en descanso, Naguib Mahfuz, usted es (en presente) uno de esos buenos maestros a tener cuando se quiere aprender sobre el sentido de la vida y la escritura. No se trata de narrar lo banal ni lo brutal-enfermizo, ese miserabilismo que las cadenas de televisión publicitan para embrutecer más a los espectadores y que las editoriales grandes tratan de vender, dando basura por literatura. Sus escritos, Naguib Mahfuz son de gran escritor, inteligente, riguroso y sabio, y no de promotor de tetas, tijeras o vírgenes sicariales. Usted, como digo, es un modelo a seguir. Claro que por aquí se le hará poco caso. Seguimos quebrando paradigmas, yendo hacia atrás (al trasero).



39. A RODRIGUEZ

Apreciado y reconocido monseñor Luís Fernando, es usted una de esas personas que creen que el futuro (así como la amistad) se construye haciendo. Y como lo cree, lo hace. Es que toda creencia necesita de una demostración (no basta decir yo creo si no hago). O sea que, en términos de José Ingenieros, da el ejemplo y no se queda en meras palabras. Creer es hacer, construir, manifestar, hacer posible. Y en usted, esa necesidad de hacer (como en los mejores ilustrados), es un ejemplo. Se ajusta muy bien a la definición rabínica: si D-s me hizo, la palabra imposible ya no existe. Esto quiere decir: si he sido creado y esta (vivir) es la mejor de mis mi oportunidades, mi libertad consiste en mejorar lo que hago. Si no lo hago, seré un esclavo.

Monseñor Luís Fernando, he visto los últimos logros (humanísticos, tecnológicos) de la Universidad Pontificia Bolivariana, que usted dirige, y me he sentido orgulloso. Y sentirse orgulloso en un país donde se habla tanto y se hace tan poco (y en el que la palabra no es una constante rabiosa), es casi un milagro. Una universidad moderna, bajo la premisa de primero hacemos seres humanos y después profesionales, es ya un indicativo de que en todo desierto hay un oasis (si se quiere) y que el promeserismo y la mentira se derrotan actuando desde una concepción clara del nosotros. Desde una moral (costumbre buena) que permita la vida.

Pocas veces alabo algo. La alabanza, en nuestro medio, por lo común encierra intereses mezquinos. Por esto al alabador profesional se lo llama lagarto, animal de por si rastrero y peligroso debido a la mordida o al coletazo. Pero cuando el ejemplo es concreto, cuando se nota el sano interés, cuando el futuro si está ahí y puede tocarse (soy como Tomás), alabar es reconocer y en el reconocimiento (palabra tan difícil de pronunciar en un medio en el que la envida y la rabia son plaga) admitir que desde la honestidad todo es posible. Así que, monseñor Luís Fernando Rodríguez, gracias por ser tan honesto y por creer que la palabra imposible no existe. Amén.


40. A BROCH

Leído y con cuidado, Hermann. Por estos días de calor mutante, he gozado de la lectura de su trilogía Los sonámbulos. Y este goce (la lectura todavía lo es) me ha permitido ver más amplio y quizás con cinismo, la caída de los valores (no de bolsa sino morales) y el ascenso de lo decadente, eso que tan bien interpretó Ernst Ludwig Kirchner con sus pinturas y Thomas Mann con Los Buddenbrook. Y esta visión de lo decadente, cínica en mi caso y a consecuencia suya, muestra los miedos del poder, los disfraces con los que su cubren las verdades y la necesidad psicótica de reinterpretar lo que ya estaba interpretado. Todo, supongo, a consecuencia de estos calores indescifrables que calientan ollas, situaciones contradictorias y gente en mal estado.

Lo decadente, querido Hermann (como usted bien lo propone), es un estado de sonambulismo que media entre el sueño profundo y tranquilo (la moral) y la pesadilla (lo azaroso), yendo de lo primero a lo segundo al menor tropiezo. Y esto que parece absurdo, pues no tiene lógica que de lo bueno vamos dormidos y ansiosos a lo malo y que en lugar frescura busquemos la sed y la baba, es la constante de la decadencia. Y esa situación de ruptura, producida por las malas compañías (que ya no son esas a las que les cantara Serrat), lleva a hacer el ridículo puesto que la máscara no hace la cara sino que la muestra más pálida y peor definida.

Anteriormente, la decadencia se daba en las grandes ciudades (Paris, Berlín, Ámsterdam etc.), pero ahora no es ya un producto del cosmopolitismo y el desorden de la noche sino que nace de un pensamiento corto y provinciano (viciado por los excesos) al que toda información le llega tarde, dispersa y (según el caso) corregida, lo que conduce a romper valores básicos sociales (para dar gusto o susto a otros) e ingresar en un vacío que se nota. Así que, querido Hermann Broch, su trilogía, que habla del romanticismo, la anarquía y el realismo, a través de personajes muy decadentes, es un buen retrato de las crisis: la reaparición del monstruo del doctor Frankenstein.


41. A CARMONA

Querido, leído y conversado Iván, hay libros que le llegan a uno a las entrañas y no como un purgante o un trago fuerte de aguardiente o un susto político sino como un buen licor fino, de esos que se degustan en la medida en que el sabor de toma la boca y las buenas ideas el gusto. Y el libro del que hablo (ese buen trago del que no se abusa) es el que usted escribió recientemente: La virtud, invención de lo humano en la filosofía griega (editorial Universidad Pontificia Bolivariana, 2006). Este texto, para los tiempos de ahora tan mecanizados y rellenos de silicona, es un oasis moral, un descanso entre tanto tiempo medido y un sentimiento de dignidad contra tanta telenovela barata y verdularia y el exceso de agua de cañería.

La virtud, palabra que el siglo XX dejó de lado porque prefirió la esclavitud industrial y mercantilista a los planteamientos de la burguesía (la mezcla de la cultura con la ciencia), es aquello que, como bien define Platón, nace de la pregunta por el bien, el saber y el conocimiento. Y, en términos de Epicuro, por aquellos placeres que no producen dolor, hastío y miedo. Pero, no basta con la pregunta sino que, al obtener una respuesta beneficiosa, hay que practicarla. O sea que la virtud (areté) es la práctica de la moral civil (que incluye al individuo como sujeto) y, en ese hacer moral, el hombre se libera de sus temores y libra también a la comunidad que lo rodea.

La virtud, es el fundamento de los valores (conocer lo bueno, lo recto y lo sabio, como decía Sócrates) y, como usted apunta, querido Iván Carmona, la posibilidad de que nos sintamos buenos porque lo somos y no porque lo creamos. La virtud es la práctica en función del bien común. Palabra peligrosa esta de Virtud (areté), porque no se es virtuoso por deseo sino por hacer realidad la virtud. Y digo peligrosa (y hasta subversiva) porque sabiendo qué es la virtud sabemos también qué cosa no lo es. Y en este saber, entendemos que podríamos ser mejores si nos dejan. Vivir en la virtud, esta si sería vida. Ojalá no digan que es terrorismo. Pasa.


42. A PAMUK

Querido y leído por primera vez, Orhan. Quizás debido a los calores previos a los aguaceros o porque para presumir lo que pasa en la tierra es mejor tomar una posición fría, decidí leer su novela Nieve (que además fue la única que encontré en la librería de la universidad), que tiene aires kafkianos, algo del estilo de Thomas Mann y rastros de las mil noches y una noche, que no son 1001 noches sino muchas noches y una noche más. La palabra mil sirve para nombrar un conjunto grande de algo. Así, hay como mil ovejas, o sea muchas ovejas. Y tomo esto de las ovejas porque Pamuk (que quiere decir el algodón) y Nieve (la novela), tienen que ver, al menos como metáfora, en que somos como ovejas, o sea que hay mucha lana que cortar.

Como pasa cuando se mueve uno entre la nieve, oyendo el crujido del hielo y con todas las de ganarse un buen resfriado, lo que usted cuenta es lento, casi como un bordado, para poder explicar bien lo que pasa en ese pueblo de Kars, alejado y casi perdido, en el que se dan todos los asuntos: el amor tímido, el crimen de un fanático, el enfrentamiento entre lo laico y lo religioso, el uso indebido de los medios de comunicación, la poesía obligada, un tiempo que se divide y multiplica, el exilio, los suicidios etc. Usted es un maestro en situarlo todo dentro de la partícula más pequeña. Y a partir de ahí, de tanta cosa junta, saberse solo y en permanente estado de seguimiento.

En Kars todo es nieve, o sea de que las posibilidades de que las cosas se conserven para el análisis están casi aseguradas. La agenda de Ka (el personaje) en Kars, es la persistencia, el ir más allá, el no dejarse confundir. Y mientras se persiste, se cuestionan lo que pasa, lo que hemos perdido, lo que nos están obligando a hacer. Su tejido, Orhan Pamuk, como el de los tapetes turcos (menos grandes que los persas pero más detallados), no crea lazos entre oriente y occidente sino que muestra en que fallan los occidentales y los orientales para llegar a algún entendimiento. El asunto es simple: unos y otros viven sin conciencia de que el otro es necesario. O sea, insignificante.


43. A GALA

Leído don Antonio. Y digo esto de Don por su estilo de comportarse, el bastón de buena madera y esa edad que no le ha pasado en vano: por su reconocimiento en tablaos y trapío en todo lo que dice y hace (creo que acredita mucho de fiesta brava, salero y dandysmo). Y porque usted, que más parece una extensión de la duquesa de Alba, doña Cayetana, es de los últimos andaluces que persisten en ser señoritos castizos, de esos que van por ahí luciendo el nombre y las maneras, un estilo muy peculiar de cinismo y un enorme desdén por los tiempos que corren, tan sin gracia y faltos de educación sentimental; tan de arribistas y caricaturescos en esto de los goces. Supongo, don Antonio, que ya sale poco a la calle. Ahí se ve ya más avisos que gente.
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He vuelto a leer un libro suyo, Charlas con Troylo y desde entonces, en el que usted escribe sobre las conversaciones que mantiene con su perro. Y en el que se burla y queja de sus contemporáneos (nosotros), que no sólo han perdido la clase sino el encanto que da el saber de belleza, buenas maneras y palabras adecuadas para llamar las cosas. Es decir, sus lamentos van contra la pérdida de la sensibilidad y la aparición del hortera (ese que usa lo ridículo y ejerce la ridiculez). No sé cómo lo haya mirado Troylo ni si ha movido la cola. Los perros son animales extraños, más interesados que fieles. Pero no pierden la clase si el amo la tiene.

Don Antonio Gala, como usted bien dice, cada vez se pierde más el ejercicio de la belleza (ese orden agradable de las cosas y los actos). Y las razones son elementales y, si se quiere, siniestras: para entender lo bello hay que tener un maestro que lo viva, es decir, la belleza ni se compra ni se aprende por datos: es una vivencia noble, una explicación clara, un modelo digno, todo junto. Pero los maestros de lo bello (los burgueses cultos) han sido reemplazados por clones plásticos que viven como si hicieran parte de un almacén de productos kitch. Y que ya nunca tendrán buen gusto, porque esto de los placeres bellos es un aprendizaje de la infancia y no un delirio. ¡Ozú!


44. A PEREZ

Querido Humberto, he vuelto a recrearme con sus pinturas e ilustraciones o, mejor, con ese mundo del Renacimiento y del mijonga, con toques de fantasía muy suya, en el que lo imposible se hace posible, no porque en realidad exista sino porque ya, al ser nombrado (en tu caso, pintado), ha comenzado a existir. Y en esas imágenes relato que me llevan de Kubin (el ilustrador checo) a los bestiarios medievales, o sea de un absurdo a un hecho necesario, ya que la presencia de la bestia plantea (como decía Isidoro de Sevilla) no lo monstruoso sino lo que se puede mostrar y que al mostrarse ya ostenta (da a conocer) algo digno de ser entendido en términos de ética y de moral. De aquí que el trabajo del artista sea simbólico.

En esas propuestas gráficas y artísticas, ya que en su obra lo uno se une con lo otro, la vida transcurre por fuera de los límites de lo evidente (como efectivamente pasa), a la vez que denuncia esos patetismos y anecdotarios de tanta pintura que ve uno por ahí, que realmente son copias de otras copias o que están presas en lo que no es arte debido a que no mienten. Ya lo decía Oscar Wilde en sus ensayos, el arte es una mentira y si lo que vemos en un cuadro ya lo sabemos, entonces eso que hemos visto es sólo una cosa más con un artista ausente. Es decir, es una evidencia de las tantas que ya no dicen nada debido a que no incitan. Algo así como la política.

Querido Humberto Pérez Tobón, ha roto usted con muchos esquemas, algo que tiene sus problemas en una ciudad donde la boterolatría (como todas las latrías o adoraciones desmedidas) nos ha vuelto miopes para ver la belleza y hasta para entender que ésta exista en otra parte que no sea lo redondo. Como hemos perdido la línea, le damos vueltas al molino como el buey que lo empuja haciendo un círculo pequeñito y eterno. Pero bueno, querido amigo, un arte como el suyo, que es de búsqueda y propuesta, nunca será popular y de masas. Recuerdo las cosas terribles de la estética comunista y nazi, donde se intentó hacer propaganda criminal con la estética.


45. A EMPEDOCLES.

Reconocido Empédocles de Agrigento, se dice que usted que apareció, nació o floreció en el siglo V antes de esta era. Claro que esto de la fecha no interesa para su aparición como médico, pues la historia no son fechas sino acontecimientos que llevan a la reflexión y a tener una memoria de ellos. Ya se sabe que los colectivos que tienen memoria logran mayores desarrollos que aquellos que no la tienen. Y que es en la memoria de un hecho donde siempre hay un problema, una solución y un logro. Por esto, quien pierde la memoria entra en caos, es decir, se desubica y comete de nuevo el mismo error. Y la peor pérdida de memoria es la de un grupo humano en la que sus dirigentes se empecinan en ser unos desmemoriados. Cunden los ejemplos.

Usted decía, querido Empédocles de Agrigento, que el cuerpo está compuesto por cuatro elementos opuestos entre sí (aire, agua, tierra, fuego) y que la enfermedad se produce por el desequilibrio (exceso o faltante) de alguno. Pues bien, tomando la teoría conservadora en la que el mundo (y por extensión el Estado) se puede leer como un cuerpo, veríamos en primera instancia de qué enfermedades sufrimos ahora: de tierra mal repartida, de aires contaminados, de fuego que no transforma sino que mata y de unas aguas cada vez más embravecidas. Y de que faltan dos fuerzas invisibles que son la estructura del cambio: el amor (entendimiento) y la discordia (oír al otro distinto).

El amor no es salir a querernos sino a entendernos en una construcción común. Y para saber qué hacemos y tener un principio de realidad, se necesita de la discordia (no oírnos sólo a nosotros sino escuchar al otro). En términos de Nietzsche, seria lo apolíneo y lo dionisíaco (la creación de la memoria). O lo que los hipocráticos, siguiéndolo a Usted, determinaron como sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema o pituita, que serían los componentes del cuerpo sano si funcionan equilibrados. Pero, y este es el problema, respetado Empédocles de Agrigento, hay más sangre que flema y ya no se sabe qué bilis es más amarga. Hay problemas, ojalá se reconozcan.


46. A LEMPER
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Oída Ute, usted y sus canciones pudieron hacer parte de los asuntos prohibidos en el Tercer Reich. Y seguramente la habrían perseguido, metido en listas negras y llevado algún campo de concentración o pasado por alguna oficina de la GESTAPO. También está en lo posible que algún doctor nazi se enamorara de usted y hubiera querido conservarla en un frasco con formol o dentro de una maleta de cuero. Pero esto no le sucedió porque nació en 1963, después de de la guerra, en tiempos de muchas bocas cerradas y asuntos supuestamente clausurados. Ya se sabe que la historia contiene más puertas cerradas que abiertas. Corrió entonces con suerte, querida Ute, y se quitó de encima posiciones contradictorias que, poniendo dos casos, no lograron explicar bien Marlene Dietrich y Zarah Leander.

Sus canciones, Ute, tienen que ver con el Cabaret de Berlín de entreguerras, ese sitio de críticas severas, burlas al sistema y muchas posibilidades de que pasara algo atroz. Por allí se veían espías, agentes secretos aburridos, actores envidiosos, burgueses melancólicos, señoras buscando guerra y muchos otros personajes que hoy sobreviven en carteles y revistas amarillas, en alguna novela negra y en discos que por mucho tiempo corrieron por debajo, como una peste deliciosa e igual que los libros de los escritores checos en la Praga comunista: sacando roncha. Y en esas canciones que canta, que si bien usted cantó después de la guerra, la historia se revive y esto molesta a muchos.

Lo anterior, escuchada Ute, lo traigo a colación ahora que Günther Grass confiesa que fue de las Waffen SS, que no sólo fueron alemanas sino croatas, holandesas, belgas, húngaras, francesas, rumanas, ucranianas etc. Una buena parte de europeos untados de crimen, antisemitismo y delirios de raza pura. Y es que cada vez que alguien confiesa su pasado negro, de inmediato otros se mueven inquietos y comienzan a deformar lo sucedido o a buscar de nuevo chivos emisarios y así la culpa es de otro, por lo común de la víctima. Supongo entonces, querida Ute Lemper, que sus canciones son peligrosas: remueven malas conciencias y así la historia se recuenta. Y comienzan las malas digestiones.


47. A SATURNO.

Mitológico y siempre actual Saturno (conocido como Cronos en el mundo griego y como el Tiempo entre nosotros), usted devora a sus hijos. Nada escapa a su gula y a su hambre permanente. Todos entramos y salimos del tiempo, los grandes y los pequeños, los perdidos y los encontrados. O sea que usted nos acaba devorando, igual que en el mito y como en el cuadro de Goya. Con razón Séneca, conciente de esto dijo: “Desde que nacemos comenzamos a morir. Así, los días pasados no son más que el tiempo acumulado que llevamos de muertos”, Terrible esta sentencia para celebrar un cumpleaños. Y para hacerse gracias con los años. Pero hay algo más, Saturno: usted también está en peligro. Lo que lo hace posible (la cultura, la historia, el conocimiento etc.) también se está destruyendo.

Borges se hizo muchas preguntas sobre el tiempo sin lograr algo aceptable y aceptó mejor la eternidad, ese espacio donde el tiempo no tiene medida y entonces no existe como lo entendemos. Simplemente es, sin límites ni posibles mediciones, y así nada tiene duración sino que es permanentemente en el antes, el presente y el después. Y todo aparece y desaparece en un juego infinito en el que, a veces, muchas cosas se repiten. Betrand Russell se creó una paradoja: nadie es más joven ni es mayor. Todos, mientras estamos vivos, vivimos el mismo momento y no podemos escapar de él. Nos medimos por el mismo sistema de horas y minutos, de semanas y de días.

W.G. Sebald, el gran escritor bávaro, se refiere a usted, Saturno, como un cuerpo en permanente amenaza. Y no porque algo exterior lo ataque sino porque nosotros, que lo creamos a usted Saturno-Cronos-Tiempo, nos estamos encargando de que no exista. Y no destruyendo relojes sino acabando con el sentido real que usted representa: nuestra única oportunidad en la tierra. En alemán el tiempo (Die Zeit) es una figura femenina, que pare y entierra a sus muertos. Pero ya parir importa poco y enterrar es un negocio privado. O sea, que no existimos como seres sino como objetos. Y lo que es objeto es eso, mera cosa. Y como cosa se almacena, se clasifica y se olvida. ¡Qué horror!



48. A GOEBBELS

Genio macabro, trágico y peligroso, Joseph, hace 60 años que usted mató a sus seis hijos (envenenándolos) y luego se suicidó en compañía de su mujer. El día anterior (30 de abril), Hitler se había pegado un tiro y le había dado otro Eva Braun, o quizás se dispararon entre los dos, no se sabe. Con la caída del tercer Reich (soñado para mil años), hubo miles de suicidios Berlín. Y no por miedo a los rusos que se habían tomado la ciudad y la estaban borrando a cañonazos, a la par que robaban y violaban, sino porque toda la idea nazi se vino estrepitosamente al suelo y con ella la concepción demente y criminal de una multitud enorme que se creía de raza pura y con derecho a exterminar. Su propaganda, Joseph, no sólo elevaba el ego sino que convertía al más débil en asesino.

La propaganda política es una herramienta de comunicación que estimula el narcisismo, convierte una idea en una obsesión y una mentira repetida en una verdad absoluta. Y basada en ella, los estados totalitarios logran que el individuo pierda su capacidad de sujeto (que se relaciona y define) y se convierta en masa moldeable a punta de gritos, eslóganes, carteles, banderas, grandes espectáculos, canciones y películas sobre buenos y malos. Esto lo manejó muy bien, Joseph. Y con tanta intensidad que usted mismo, que tenía un pie deforme y era casi enano, llegó a creer que tenía un cuerpo perfecto. La propaganda es increíble: hace que uno mismo se niegue.

Hace 60 años que usted, Joseph Goebbels, se suicidó. Y quizás no haya un cadáver más feo que el suyo y el de su mujer (como se ve en las fotos), porque la gasolina que usaron para quemarlos y borrarlos sólo alcanzó para mal achicharrarlos. O sea que aun en la muerte su deformidad se hizo tan manifiesta como el espíritu que alentaba su propaganda. Pero, y esto es lo trágico y peligroso, su semilla sigue viva. Sus técnicas propagandísticas se usan cada vez más (hay que ver lo que pasa en los deportes y en los discursos globales) y así la semilla del mal prevalece. Todo indica que el bunker no ha caído, que el Reichtag nazi está por ahí. Sólo cambian los nombres y los símbolos.


49. A PREVERT

Apreciado y bien leído, Jacques. He vuelto a leer sus libro Paroles (Palabras) y he quedado de nuevo asombrado. Es exquisita la manera como usted nombra, califica y escribe los complementos. No hay una palabra inadecuada, ninguna sobra, ninguna falta. Creo que esto es lo que se llama la economía de las palabras, ejercicio que sólo está presente en la buena escritura y dicción. O sea que en lo que se narra o habla está lo necesario para ser entendido de una vez. Esta economía, claro, riñe con la retórica, con la zalema y con la verborrea, ejercicios éstos de los que se abusa en América latina donde las palabras se utilizan para no decir nada en concreto o para crear las más variadas confusiones. Cuestión de la selva que crece y se tala en desorden, supongo.

Hablar y escribir bien es una demostración de inteligencia donde se prueba que se conoce bien el objeto del que se habla. Como dice Filón de Alejandría, la palabra es la cosa, o sea que si hay palabras debidas hay mundo debido. Y para que esto suceda es necesario leer buenos escritores y escuchar buenas conversaciones. Elías Canetti es un ejemplo de alguien que escuchó, leyó y escribió bien. La pregunta, entonces, querido Jacques, es ¿qué sucede cuando se habla y se escribe mal? ¿Qué pasa cuando no hay palabras adecuadas sino ruido? Porque cada vez leemos peores libros y escuchamos conversaciones atroces en las que el hablante no sabe qué quiere ni qué dice.

Las palabras, Jacques Prevert, lo sabía usted y también su amigo Yves Montad, definen muy bien a la persona. A través de ellas sabemos qué valores tiene y que angustias lo carcomen, hasta donde llega su mundo y cuál ha sido su casa. No hay que ser un psicoanalista para detectar estas cosas. Las palabras dicen más que la cara y el vestido, es más, en ocasiones denuncian lo que dice esa cara y trata de esconder ese traje. O sea que estamos condenados a las palabras que decimos y escribimos. Y de ellas dependemos para ser creídos o rechazados. Claro que para hablar primero hay que oír bien. Y en este sentido, en América latina hay peste de sordera.


50. A VON TROTTA.

Apreciada y vista Margarethe, nadie escapa a los días de la culpa. Lo que se hace mal, se termina testificando. Es una constante. Esto es muy claro en su película Rosenstrasse, en la que las víctimas, sin vengarse, asisten a la culpabilidad de sus victimarios. Es la historia de unas mujeres alemanas que, durante el III Reich, estaban casadas con judíos y que al saber la suerte que les espera a sus maridos, van y protestan a la calle sabiendo que esa protesta las compromete hasta la prisión y la tortura, el confinamiento en campos de concentración y la muerte misma. Pero tienen valor. La culpabilidad no se puede olvidar. Está ahí y alguien hablará de ella como de eso terrible que pasó. Y también se ve la culpabilidad: la historia es cierta, la calle existe, hay un monumento, está su película.

Creo que ningún país como Alemania para admitir la culpa. Ahora se exhibe en Berlín una exposición titulada La topografía del terror: en el mismo sitio donde estuvo el edificio central de la GESTAPO, se muestran las fotos de ese infierno y se explica lo que allí pasó. A un par de cuadras está el monumento a los judíos asesinados en Europa; a unos minutos en metro, el Museo judío (donde se muestra la vida y no la muerte); en Unter den linden, en el Museo histórico, una exposición sobre la vida cotidiana de los judíos alemanes antes de la Shoá; saliendo de Berlín, en Oranienburg, aparece ya un campo de concentración que se conserva como memoria de la culpa y de los culpables.

Japón no tiene memoria de los culpables, en América latina tampoco, en Estados unidos menos. Falta valor y conciencia de culpabilidad. Por esto es grandiosa su película, Margarethe, porque hay ya hay una conciencia que se revela contra el error. Que protesta, que no permite que la culpa se vaya al olvido. Ya Karl Jaspers, el filósofo alemán, había escrito sobre el sentido de la culpa. Ya Erich Hackl, el escritor austriaco, ha definido bien lo que es la resistencia: no olvidar ni permitir que los culpables olviden. No sé, entonces, querida Margarethe von Trotta, qué pasa en otros lados del mundo, en los que se olvida el error a pesar de que ahí están las víctimas mirando.


51. A VON TRIENT.

Apenas hace poco, conocido Simón. Datos suyos los encontré en una historia ilustrada de la dentistería en la que, además de cuadros de gente con la boca abierta y sangrando, se cuenta sobre los ensayos de los dentistas y barberos en todos los tiempos y de las diferentes maneras de arrancar un diente o una muela. Diría que estas historias tragicómicas, que a veces llevan a la risa nerviosa o al horror, no son convenientes de tener a mano en un centro odontológico donde tanta cara seria se ve. Pero bueno, ahí encontré el libro y en él una imagen suya, que data del siglo XII, que ilustra el momento de su martirio. Usted, Simón, aparece como mártir, lleno de huecos y flechas en el cuerpo, como san Esteban, mirando al cielo y ya sin dientes. Es terrible esta referencia suya.

Formas de matar y torturar han sido muchas. Basta leer cualquier libro de Eduardo Galeano o una historia de los ensayos del Dr. Mengele (el ángel de la muerte) en Auschwitz. O sea que en esto de martirizar hay una gran creatividad sádica, lo que hace pensar en los fantasmas que rondan a los torturadores porque, como dice Hannah Arendt, quien tortura destruye en el cuerpo del otro sus propios miedos. Esto lo traigo a colación porque en América Latina, igual que en Rusia, Irak, África meridional, Guantánamo y parte de Asia, aporrear con sevicia a los demás, sea física o moralmente, es una profesión. Lo que asusta es que esos que hieren a otros carguen consigo las heridas que propinan.

En el cuadro donde usted aparece, Simon von Treint (en el que una nota habla de su condición de mártir pero no de haberse ganado la palma del martirio, no sé por qué), los torturadores tienen una cara amable. Parecen gente tranquila y bien alimentada, incluso bella, lista a irse a dormir después de haberlo picado. Quizás el autor pintó imágenes así para causar más horror. Supongo que un psicoanalista diría que en el éxtasis del miedo máximo (el del torturador que se auto-tortura en el torturado) hay una paz extrema. Y que es esto lo que lleva a pensar que lo hecho es parte de un deber, de un compromiso y de una moral. A mi estas cosas me asustan mucho. .


52. A POELAERT

Por estos días, conocido Joseph, no personalmente sino a través de una lectura sobre construcciones monumentales y horribles. Hablaba el texto de su condición de arquitecto, sino de gran importancia, al menos bueno y cuidadoso con sus trabajos. Y para el siglo XIX, cuando se da el ascenso de la burguesía en todos los niveles, un hombre dispuesto a crear planos de edificios que representaran ese ascenso pero no la locura. Se sabe que las clases emergentes, sean económicas o intelectuales, son desbordadas e impacientes. Y no hay gusto en lo que hacen (a veces ni conocimiento) sino demostraciones arribistas de poder (o de caricaturas del poder, porque éste no se logra sino se entiende). Y esto fue lo que a usted le sucedió con la burguesía belga.

Esos buenos comerciantes y banqueros, industriales y nuevos políticos belgas, de traje oscuro y sombrero de chistera, como se estiló en el romanticismo, le mandaron a hacer a usted los planos del palacio de justicia de Bruselas, “la mayor acumulación de sillares de toda Europa”, como dice Austerlitz, el personaje de W. G. Sebald. Y como usted se demoró en pulirlos y detallarlos, como lo haría un hombre conciente de su oficio, los buenos burgueses decidieron construirlo con los bocetos, pues ansiaban demostrar su grandeza. El logro fue un terrible y desmesurado edificio lleno de pasadizos y escaleras que no llevan a ninguna parte. Y ahí está.

El kitch es una forma de arte que en lugar de belleza busca la ridiculez, lo que exige una destrucción de la composición. Pero cuando ese kitch aparece buscando la belleza, el proceso de decisión ha sido una especie de furia causada por el estreñimiento. Así que, querido Joseph Poelaert, lo que hicieron con usted es lamentable porque, con un poco de paciencia, el edificio del palacio de justicia de Bruselas habría tenido forma. Pero la burguesía naciente quería un símbolo, así se llenara de cucarachas por dentro. Y de América latina no hablemos: aquí son los que pagan y no los arquitectos los que diseñan. Y el fruto se ve como el pecado que representa.


53. A BEYLE

Apreciado y leído Henri (conocido en la literatura como Stendhal), la historia está llena de ficciones. Es que parece que ser normal (estar en la simple realidad) no le da credibilidad a nadie, así que hay que recurrir a la invención para ganarse unos créditos en la vida y pasar a la memoria de algunos (mintiendo) como una única certidumbre posible y valedera. Una mentira que se repite se convierte finalmente en una verdad, decía Joseph Goebbels, el ministro de propaganda nazi. Y si esta mentira se adorna con hechos cotidianos, si juega con los tiempos y agrega un poco de pasión escondida, lo que se cuenta necesariamente tiene que ser. El arte de mentir, entonces, no es una pasión vil sino la necesidad de completarse con lo que la vida no da.

Y, querido Henri, este fue su oficio. Usted mintió a Napoleón y por eso sus novelas napoleónicas son las mejores de la literatura. La cartuja de Parma, Rojo y negro, son ejemplos de su invención desmesurada, en las que hasta usted se inventa para aparecer como el militar que no fue y así aparecer en batallas y sitios que dejarían mucho qué desear sino se hubiera mentido sobre ellas. De esta manera usted escapó a sus miedos de niñez y juventud, al temor a las mujeres (creando amores sublimó su necesidad de ser querido) y a la frustración de haberse puesto un uniforme que nunca pudo lucir en la guerra. Pero no es malo lo que hizo, sólo fue la necesidad de ser creído.

Lo que me pregunto ahora, releído Henri Beyle (Stendhal), es quién hará la invención de lo que pasa hoy, cuando los documentos visuales y sonoros hacen casi imposible tejer una mentira. ¿Cómo crear una segunda realidad para quienes están en el poder en un momento en que están sumariados y bien digitalizados en bases de datos? Creo, recordado Stendhal, que el arte de mentir, a pesar de tanto intento, se ha venido a menos. Y como ya no funciona, no se cree en nadie debido a que la realidad es simple y sosa, y tan cruel como una de las flores del mal de Baudelaire. Ya no es posible el romanticismo aquel en el que una sífilis como la suya no era otra cosa que un corazón encendido.


54. A DIETRICH

Vista, oída, imaginada y casi olvidada Marlene, hoy ha vuelto a mi memoria después de mirar una viejo cartel en el que anunciaban el Ángel azul (der blau Engel), aquella película donde se cuenta la historia (basada en la novela de Heinrich Mann, hermano de Thomas) de un profesor que se pierde por unas piernas, las suyas. Esta película, o si se quiere la novela, contaba algo muy simple: el inicio de la caía de una cultura, el fin de una época y el comienzo de la locura. Eran los años treinta y los íconos profundos de la cultura germánica florecían para crear lo que luego sería un jardín del mal. En términos de Nietzsche, lo apolíneo (el orden) daba paso a lo dionisiaco (al desorden). Por eso usted, Marlene, luce su pose inolvidable de cabaret, de noche y deseo.

Las épocas se acaban cuando mueren sus testigos, en el momento en que ya no queda huella de carne ni cerebro y los recuerdos vividos pasan a ser memoria escrita. Y en esa situación (que legitima el inicio del olvido, pues la experiencia se convierte en material para especialistas) aparece el peligro de la invención y el de la distorsión histórica. Sino hay testigos presentes, se puede decir cualquier cosa sin temor a ser refutado. Así que, querida Marlene, a falta de sobrevivientes del viejo cabaret, en pocos años a usted podemos inventarla y en esa invención convertir los hechos en deseos. Claro que no será fácil: ahí están los carteles, la película y la portada de la novela.

Por estos días, Marlene Dietrich, se recuerda que la segunda guerra terminó (con todas sus miserias e infiernos) hace 60 años. Este 2005 será todo de recuerdos (en especial aquí en Alemania). Y será la última vez que se haga una celebración así, con sobrevivientes presentes que puedan decir qué pasó. Ya, en diez años más, estos testigos habrán muerto y entonces comenzarán los cambios. Se dirá esto o lo otro, sin nadie (quizás unos pocos) que desmienta. Y, D-s no lo quiera, se iniciará de nuevo el cabaret y usted, Marlene, reaparecerá mostrando las piernas y luciendo en la cabeza el sombrero de los señores. Y se creará el icono del pecado que se inicia y de la época que termina.


55. A MONTAND.

Reescuchado Yves, hoy sigue usted sonando igual que en los 40-50tas, cuando el mundo europeo se rehacía de nuevo. Sus canciones sobre el amor, el Paris callejero y el mundo surrealista (donde abundó el humor negro), siguen sacudiendo la sangre. Pero de sus canciones (aunque esta que me interesa ahora es más un acto del teatro de la reflexión), la que más me llama la atención es Le peintre, la pomme et Picasso (con letra de Jacques Prevert, el poeta de las palabras y las pequeñas frases). Esta canción (o parla), habla de lo que es la realidad, o mejor, de la fábula que representa y, a la vez, de lo irreal que es porque, ¿qué es la realidad? ¿La multitud que se pone de acuerdo? ¿Newton con su teoría? ¿Lo que le sucede a los desamparados?

Así, la pintura, la manzana y Picasso (sean objetos o seres), cada uno desde su ubicación, construyen una realidad, un sentir y un sentimiento. De esta manera es también real lo que pasa en la escalera, en la nieve que cae y en el cigarrillo que se enciende. Y como no son realidades comunes sino particulares, entonces no hay realidad sino pequeñas estados de lo real, lo que ya implica que no hay cosa más irreal que la realidad general, que tiene más propaganda y prepotencia que de sentido objetivo. Esta discusión sobre lo real (¿lo irreal?), la presento usted, Yves, en un cabaret, y no como una teoría sino como una fábula, es decir, como un elemento de aprendizaje.

De las realidades particulares, Yves Montand, aprendemos poco quizás porque son muchas y se nos confunden. Entonces, para evitar el caos, generalizamos la realidad y la mediatizamos para tener una visión “objetiva” de lo que sucede. Claro que eso que acontece sólo es parte de lo que pasa, pero se ofrece como una realidad única. Y así los norteamericanos (que son narcisos políticos) definen conceptos como libertad, democracia y derechos humanos, pero centrados en una visión Mc Donalds, es decir, de hamburguesa con juguete. De esta manera no es lo uno ni lo otro y todo se queda en un aviso publicitario. Y en una cara repintada como la de última Edith Piaf.


56. A CABRERA INFANTE.

Leído y gustado Guillermo, no sé qué lo haya matado, si el smog permanente y triste de Londres o el tabaco que siempre llevó en la boca. También es posible que lo haya matado una rabia. Hoy en día uno se muere fácil de tanto recibir noticias repetidas, de casi ganarse la lotería o de haber estado muerto antes sin darse cuenta. Porque pasa que hay gente que se muere y sigue por ahí tan campante. En los gobiernos hay muchos de estos especimenes. Ya pocos se mueren de repente, como antes, cuando no ir donde el médico era un elemento que alargaba la vida, al menos la de los tipos gordos y fumadores como usted. De todas maneras, Guillermo, usted ya está muerto y Fidel, su cubanísimo enemigo, sigue vivo. Siempre pasa así, lo que más duele es lo que más dura.

De sus libros, me acuerdo de uno que me gustó mucho: La habana para un infante difunto, título tomado de Pavana para una infanta difunta, que es un viaje donde nadie se mueve. A usted le gustaba esto de cambiar letras para lograr frases distintas. Recuerdo aquello de Esti(l)o, palabra que se lee de dos maneras, la una haciendo referencia al arte y la otra al verano. Y lo uno en lo otro, como un montaje cinematográfico porque esto del cine y la crítica fue su oficio preferido. Se me viene a la cabeza Cine o Sardina o sus comentarios sobre el cine como una Arcadia, esa ciudad en la que todo era maravilloso hasta que se la conoce. Vivió usted en la ventana, suponiendo.

El oficio de suponer es muy caribeño y, in extensu, latinoamericano. Viene de desear y no alcanzar a tocar. Y de no querer ser el que se es buscando ser otro distinto. Unos hablan del auto-odio producido por el mestizaje, otros del proceso de macdonalización y plastificado. Sea lo que sea, la suposición (o su posición), es un oficio y a él se entregan las más variadas especies: lo intelectuales, los científicos, los vendedores de mango, las señoras gordas-flacas. Y así, Guillermo Cabrera Infante, el chisme y el dolor (en sus palabras, el chismedolor) hacen ver lo que no es pero que al tiempo es el deseo que se tiene. Se supone para ejercer el placer-dolor del que habla el psicoanálisis.


57. A EINSTEIN

Admirado Albert, este es su año. O mejor, el de la teoría de la relatividad porque usted sin ella sería como Maurice Chevalier sin su sombrero y sin bastón. Hay personas que, para ser definidas, están ligadas siempre a un acontecimiento. Claro que esto es una torpeza porque estar vivo significa ser un sujeto (tener múltiples relaciones) y entonces la persona, si se busca otro ángulo, podría ser vista desde distintas acciones y reacciones. Los historiadores oficiales respetan poco esto, pero no así el periodismo y la literatura que siempre están a la caza de lo diverso, lo contradictorio y lo inverosímil. Y de esta manera, el otro narrado ya no es una cosa sino un ser vivo. Así que querido Albert, lo trataré a usted como a un niño curioso, pendiente siempre de lo bello y lo intangible.

Albert, a usted le gustaba tocar el violín. Y también salir a la calle para asombrarse con el movimiento del viento, el color de las hojas y la luz producida por el calor y el frío. O sea que la vida no pasaba en vano delante suyo. Y así, supongo, fue como armó la teoría de la relatividad, que si bien no es un descubrimiento único sino el punto culminante de una serie de ideas que no se habían podido hilar (la teoría de los contrarios de Jacobo Bohêm, por ejemplo, que planteaba la antimateria en el siglo XVI), si le pertenece a partir de su aplicación a la nueva física en la que velocidad, tiempo y masa se convierten en energía. Es bonita esta nueva realidad, querido Albert.

Este año muchos se apoderan de su memoria y lo complican al punto que usted, Albert Einstein, se convierte en una especie de caos sólo para gente con el pelo revuelto. Y esto no es así: su teoría es un juego inteligente y, como juego, un camino a la belleza y a la imaginación que no se detiene. Y algo más interesante, una forma de ver lo nuevo sin estar sujeto a verdades absolutas. Y no es que lo anterior (la norma) no sirva, por el contrario, sirve para ser remirado de nuevo y encontrar allí otras posibilidades. La historia no es un ancla sino un viaje. Y en los viajes el mundo reaparece y da más de sí. Albert, si esto lo entendieran los que sólo creen en bolas de hierro pegadas al tobillo…


58. A CAIN

No admirado ni reconocido, pero para este caso, necesario Caín. De usted se sabe que fue labrador de la tierra, primogénito de Adán y Eva, padre de una vasta familia de gente que trabajó los metales (y descubrió la música), asesino de su hermano, mentiroso de mala fe y un maldito por D-s. También que fue el primer hombre en desplazarse hacia las tierras del oriente, llegando quizás hasta las fronteras con India y China, y que como nadie conoció el miedo, la soledad y la envidia. Pero no voy a hablar de sus desgracias ni del mal uso que hizo del libre albedrío, lo que seguro lo llevó a reflexiones profundas y, porqué no, al arrepentimiento. Lo que me interesa ahora es hablar de su primer oficio: la agricultura. Y de lo que ahí se cuece.

En el Japón, los nobles descienden de los cultivadores de arroz, que hicieron del buen manejo de la tierra una posibilidad para la vida. Pero en occidente, la imagen el agricultor fue superada por la del ganadero. Nuestra cultura, que nace en Sumeria, colocó en un lugar inferior a los cultivadores y destacó a los dueños de rebaños. Y a excepción de Egipto, donde sembrar fue importante (leer la historia de José y sus hermanos, de Thomas Mann), lo demás fue grandes cantidades de animales domésticos que compartieron y pelearon con sus pastores lo que la tierra producía. Por esto hay tanto desierto en la tierra. Y tanta quijada de burro, por si es del caso.

Pero hoy, Caín, la agricultura vuelve a ser reconocida. Y no sólo como lo que da la tierra sino como la única posibilidad de riqueza. Si se analiza bien, sólo hay pobres en las zonas ganaderas y gente que vive bien y con dignidad en los campos sembrados. Esto se comprueba, por ejemplo, en la provincia de Castilla-La mancha, que está toda sembrada desde Despeñaperros hasta Madrid. Toda la tierra está roturada y el único animal que se nota es la gallina (los demás se estabulan). Y allí, donde antes estaban las ovejas del rey y la pobreza, ahora hay una gran bodega para Europa. Ojalá y esto nos pasara a nosotros. Ojalá y todo se detuviera para ponernos a sembrar.


59. A GRIMM

Querido y ahora estudiado Jacob, usted fue un gran estudioso y se le debe la confección de la gran gramática alemana, que no sólo fue un compendio de normas sobre pensar, hablar y escribir en orden, sino un tratado profundo en torno a la cultura y el lenguaje. Porque los dos conceptos van unidos: uno habla según la cultura que tiene y ama, es decir, de acuerdo con lo que conoce, respeta y siente realmente como suyo. El habla nos define no sólo como seres parlantes sino pensantes y morales. Así, lo que hablamos y escribimos dice cuánta conciencia tenemos de las circunstancias (según Ortega y Gasset) que nos construyen: la historia, las costumbres, el reconocimiento en el otro, nuestra calidad de espectadores y de intérpretes. El mundo es la lengua.

Ahora que estoy en Berlín, donde las palabras que hablo son nuevas y deben ser exactas para no equivocarme ni equivocar al otro, valoro inmensamente la gramática. Y es que el mundo se amplía o se encoge de acuerdo con el número de palabras que tengamos. Y el otro existe y es solidario con uno si nos comunicamos debidamente con él. Es decir, si entramos en su lenguaje y en su cultura, porque no basta hablar sino identificarse. El rechazo existe si nos creamos un muro con lo que vemos y vivimos. Y viceversa, nos admiten si, a través de las palabras, nos integramos. Así, Berlín es una gran ciudad a través de las palabras leídas y habladas.

Cuando era un chico, leí los cuentos populares que usted, Jacob, escribió con su hermano y que son más profundos que los de Perrault porque tienen en sí una mayor carga cultural, ya que no sólo son historias sino la búsqueda del sentido que tienen las palabras (en este caso las alemanas). También leí a Hoffmann, que es maravilloso. Y ahora reconozco lo importante de la cultura como construcción del lenguaje. Es que si no hay historia y ficción, música e imágenes, carecemos de palabras. Y al carecer de ellas, nuestro paso por la tierra es un dolor. Con razón decía Spinoza que la ignorancia lo único que produce es tristeza. No hay tristes, sólo ignorantes.



60. A OFFENBACH.

Querido y regularmente escuchado, Jacques. Ha comenzado el verano en el hemisferio boreal y su pieza Can-Can, que hace parte de Orfeo en los bajos mundos (o en los mundos subterráneos –en el infierno-, para que ningún purista se queje) me parece una buena música para iniciar estos días de calor, pequeños diablos y turistas ansiosos de aprender un idioma diez días. El verano es muy bello por esto, porque estimula los sentidos, agranda las sensaciones y estrecha la inteligencia. O sea que en estos días calientes nos parecemos más a los protozoos, lo que no deja de ser interesante porque ser inteligente todo el tiempo, como tratan estúpidamente algunos, es molesto y poco funcional. Cada tanto hay que ser un poco bruto, recomiendan los sabios persas.

Pero el tema a tratar, Jacques, no es el verano. Eso abunda en nuestras tierras y ya se ven los resultados del exceso. Lo que interesa es saber a qué bajos mundos bajó Orfeo. Esta historia de Eurídice raptada por una forma demoníaca, que tanto se parece a la de Rama y Sita en el Ramayana, es poco creíble y además un poco tonta ya que mujer que se va con otro no es como para jugarse el pellejo por ella (ni en los tangos pasa, aunque se llora). Creo más bien que este descenso a las oscuridades o a lo desconocido tiene un sentido más hondo, que hoy tocaría con los ensayos que la ciencia hace con la naturaleza. Bien sabemos que estamos revolviendo un orden preestablecido.

La época en la que usted, Jacques Offenbach, escribe el Can-Can (cuando el romanticismo se acaba para dar paso al naturalismo), los científicos se hunden en lo ignoto (palabreja ya poco usada) y el mundo escondido de la naturaleza comienza a ser descubierto. Hasta Sherlock Holmes se metió en ello. Y si bien es cierto que aprendemos bastante, también lo es que creamos un nuevo ídolo, un dios-ciencia, que si bien no ha probado nada definitivo todavía y que tiene una ortodoxia que lo sigue y venera con un fanatismo igual al de cualquier fundamentalista, es una especie de Orfeo y de Can-Can en el que el ruido, como es de noche, hace imaginar más de la cuenta.


61. A MASUHR

Apreciado y visto de nuevo, Dieter. Cuando llueve y hace frío en verano, como sucede ahora en Berlín, pienso en su casa de Falkensee (un pueblo excomunista) donde todavía hay calles sin pavimentar, cosa extraña en Alemania. Pero no es su casa ni su cocina abarrotada con toda clase de frascos, galletas, libros y papeles en desorden lo que me interesa sino los cuadros que, con trazos elegantes y fuertes, pintó de tantos escritores y muchachas que pasaron por su ateleier (estudio). Recuerdo uno de Kensaburo Oé, el premio Nóbel japonés, que vi hace tres años. Allí se nota todo el mundo que asiste a Oé, las historias que se mueven en su interior, la mirada que busca respuestas a las preguntas y un algo que lo muestra como un ser débil, pero a la vez seguro como un samurai.

Dieter, en sus cuadros hay magia y pasión por el oficio, búsqueda permanente y un amor intenso por la literatura y la verdad (usted también es escritor), por la vida y la tarea de no olvidar. Cuadros como los de Isabel Allende, Gonzalo Rojas, Sergio Ramírez y otros latinoamericanos, fueron pintados por usted pero no buscando parecidos exactos sino contenidos. La evidencia es lo de menos, lo que importa es el sentido, el color, la línea que crea una memoria completa del personaje retratado. Es como si en esas pinturas no sólo estuviera la persona sino lo que ha hecho y hará. Esto aterrorizaría a muchos dictadores y agentes de la CIA si fueran pintados por usted.

Usted, Dieter Masuhr, hizo una exposición donde una figura se iba convirtiendo cada vez en menos líneas hasta no ser más que una sola, negra y decidida, sobre un fondo blanco. O sea que todo desaparecía y apenas si quedaba un rastro. Esto es una metáfora, creo yo, de lo que nos sucede hoy: nos han ido reduciendo lentamente hasta o ser más que un impulso eléctrico que se activa en el chip de una base de datos si se da la clave correcta. Pero de todas maneras ahí estamos, aunque fichados, empecinados en seguir siendo lo que somos. Y este empecinamiento aterroriza a los tecnócratas y los políticos, que si bien nos quisieran en orden y obedientes, no lo logran. Es que somos seres vivos, Dieter.



62. A LEANDER.

Querida y escuchada, Zarah. De usted se dicen cosas: que fue amante de Joseph Goebbels, que cantó para Hitler y que fue una protegida del nazismo. Otros, al contrario, sostienen que nunca le interesó el nacionalsocialismo y menos ese ministro de propaganda. Y que si bien estuvo en Berlín fue porque esta ciudad le dio más oportunidades para cantar y actuar que Estocolmo. Y que regresó a Suecia en 1943, cuando percibió que estaba entre gente que no convenía. Bueno, se habla bien y mal, de su voz sensual y su belleza. Y de tantos que enloquecieron por su pelo rojo, su boca bien delineada y la mirada apasionada, tratando de conquistarla como a Stalingrado y como en la ciudad rusa, saliendo derrotados. Si, siempre se dicen cosas de las mujeres bellas que pasan por un escenario.

Su fama fue grande, Zarah. Tanto que en argentina adaptaron su canción Pa cafe zigan i Budapest (conocida en español como Noches de Hungría) y en Buenos Aires se la escuchaba cerrando los ojos, para verla a usted. Claro que políticamente se la tiene a usted como a una mujer dudosa. Al contrario de Claire Waldoff (gorda y simpática) que cantó burlándose de los nazis, en sus canciones, Zarah, no hay ningún trazo antifascista ni fascista. Esto lo traigo al caso porque a los intelectuales y artistas se les reclama que tomen partido por una idea o la otra, que se alineen y vuelvan su oficio parte de la propaganda, como pasó en la guerra civil española. Miró, Picasso…

Pero, en el arte, como en los mundos particulares de El Principito, creo yo, se debe girar sin compromisos, si se quiere ser libre. La libertad en el artista es indispensable porque es la única opción de entender la vida de manera completa y no por versiones. Un artista es un testigo de esto de estar vivo, alguien que ve para que después sepamos dónde nos uníamos y que nos separaba. Por esto mi admiración por usted Zarah Leander, que supo ir por encima de lo uno y lo otro, dando con sus canciones oportunidades humanas a las víctimas y a los victimarios. Si hubiera más gente como usted Zarah, no llegaríamos a tanto extremo. Claro que sería perseguida porque a la libertad se le tiene mucho miedo.


63. A BRASSENS

Muchas veces escuchado Georges, fue usted uno de esos que cantó en pequeños bares, sentado en un banco alto, acompañado por una guitarra normal y, en ocasiones, por un cigarrillo en la boca. Y desde allí, con su figura de tendero turco, narró en versos lo que pasaba en el barrio, cosa que puso de mal humor a bastante gente porque contar lo que pasa, con un poco de burla inteligente, en ocasiones no es políticamente correcto. Pero bueno, querido Georges, la función de un chansonista no es acomodarse sino desacomodar, como las señoras gordas cuando entran a cine después de comenzada la película. No siempre se puede ser de La légion d’honneur, sobre todo cuando hay tanto pecado suelto y de tamaños tan variados saltando por ahí.

Sus canciones, Georges, fueron a los amigos, al amor y al desamor, a los transeúntes de paraguas y a lo que decían los libros y los periódicos, los buenos y los malos, los niños escapados del colegio y las muchachas recién seducidas. No se le escaparon los entierros de los poetas ni la forma de regar un café sobre la mesa en caso de susto. Y como los goliardos y trovadores, dio noticia de cada tiempo con sus bajos y sus altos, incluidos el erotismo y la andropausia, la mala reputación y las mariposas, sean éstas lo que sean. En sus canciones hay un mundo libre de procesos de marketing y alineamientos políticos. Y lo micro, que es donde vivimos, está por encima de lo macro, que es un fantasma.

De sus canciones, la que más me gusta es Saturne, porque allí el tiempo fluye en forma de caricia y así la vida no es un castigo sino una berajá (bendición en hebreo). Claro que las demás también me seducen (así como me gusta Camisa negra de Juanes, que ha internacionalizado la parranda antioqueña), Georges Brassens. Y en esta seducción, la rutina cobra valor porque allí se esconde lo imprevisto pequeño maravilloso, que realmente es la circunstancia que nos toca. No estamos para globalizarnos (ahí nos engañan) sino para lo local, que es la base de nuestra educación sentimental. Esta es la clave La chanson francaise y de usted: vivir el aquí a como de lugar.




64. A KUNDERA

Apreciado y en ocasiones releído Milan (como me sucedió con sus libros La inmortalidad y La identidad), por estos días he leído otro libro suyo, L’ignorance, que leí en francés y mientras viajaba en tren. Y si bien no soy un experto en la lengua de Moliere y en la de los nazis franceses que corrieron a llenar el Velódromo de invierno con judíos para después enviarlos a la muerte de los campos de concentración, logré entenderlo sin problemas. Creo que a usted lo enredan (o al menos a sus textos) los críticos y quienes se le pegan, porque escribe bastante simple y con una economía en la palabra que sorprende. Bueno, como le digo, leí L’ignorance, que es donde usted plantea el síndrome de Ulises, tan de moda ahora en algunas novelas colombianas.

Este síndrome, que lleva a querer regresar al país pero a la par a no hacerlo porque no se es parte de su historia presente y, entonces, retornar es volver a ser extranjero entre los propios (a Ulises nadie lo reconoció en Itaca), lo sufren muchos latinoamericanos que viven en el extranjero y sueñan con sus tierras (en especial cuando oyen las canciones de Café Atlántico, cantadas por Cesaria Evora) pero cuando despiertan vuelven y esconden el pasaporte. Los invade el miedo y prefieren seguir siendo ciudadanos de segunda obligados a mentir todo el tiempo, a hacer trabajos negros y a esperar noticias buenas que no llegan mientras buscan una segunda nacionalidad que les soluciona poco.

Irene, el personaje de L’ignorance, no quiere regresar a su país de origen (Checoeslovaquia o lo que queda) y para colmo vive con un sueco que no recuerda donde nació y entonces dice que su vida comenzó en Paris. Irene es una especie de paria (en lo pasaportes de la Cruz Roja Internacional el paria se define como un pobre de solemnidad) que vive un miedo de permanente y en ese miedo trata de redefinirse o al menos situarse, pero la definición no le llega. Esto se parece bastante a lo que vivimos en el tercer mundo, Milan Kundera, que como no tenemos tierra de origen ni definición de identidad, entonces nos violentamos y de ahí no salimos. Ni siquiera lejos.



65. A HÖLDERLIN

Admirado y cada vez más querido Friedrich. De usted he leído algunas cosas que incitan a sentir más claro estos tiempos de pobres y marginados en los países ricos, luchas electorales en Alemania (igual que si se viviera en América latina), y profundas tinieblas, término utilizado por sus biógrafos para describir el momento de su muerte y que ahora sirve también para entender la política norteamericana. He leído (y ojalá aprendido), que sin la simpleza no se puede vivir, es decir, que si no se ejerce el más simple de los oficios (como define Heidegger la poesía), esto que hacemos no tienen ningún sentido. También me gusta esa frase suya, citada por Ernesto Sabato, que dice que lo mejor que le puede suceder a uno es encontrarse con otro, tocarlo y saber que es de la misma especie.

Claro que las cosas se complican. Ya sabemos que en Irak esto de ser de la misma especie no es posible porque allí, como en tantas partes de la tierra, en las lejanas y en las cercanas, la situación está dividida obsesivamente entre buenos y malos que, para efectos reales, no se sabe quiénes son. Es que cada uno señala como malo al otro. Y en lugar de objetividad lo que hay es alucinación. Aquí en Alemania dicen que Ángela Merkel es una ossi (de origen en Alemania oriental), lo que la convierte en una ex comunista. Claro que los ossi, dicen que se ha vuelto una wessi (del oeste), traicionando viejos principios (muy añorados en este momento) y vendida ahora al nuevo capitalismo.

Querido Friedrich Hölderling, lo de la diferente especie se multiplica. En Europa los desempleados nacionales señalan a los inmigrantes como causa del paro, los empleados ven con temor que los gobernantes les quiten los logros ciudadanos, los neonazis se enfrentan con los anarquistas y ambos quieren apalear a negros, gays y extranjeros. Bueno, esto de encontrar a alguien que sea igual a uno es casi un asunto de ruleta rusa, pero al revés, con cinco balas en el tambor y sólo un espacio libre. Se nos ha perdido lo simple y estamos asumiendo una complejidad delirante en la que abunda la oscuridad. Y ya no hay alegría en ese encuentro con el otro sino susto.


66. A VENCHEVESKY.

Hoy, en el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz por el ejército rojo (ruso), recordado David. Usted fue el primer judío (y el primer hombre) que mataron en este campo de concentración, pero no en una cámara de gas ni de un tiro en la nuca sino a los palazos, como ejemplo de que nadie se podía fugar de allí. Por esos días, 6 de julio de 1940, todavía no estaba montada la maquinaria que industrializó la muerte y aprovechó de los gaseados la grasa, para hacer jabones; el pelo, para fabricar abrigos y los dientes de oro para enriquecer al Reich y por ahí derecho, como siempre pasa cuando el poder es absoluto y descontrolado, a los nazis corruptos. Porque en Auschwitz no sólo mataron a los prisioneros sino que se los usó como bien de capital y como activo.

Auschwitz, que en Polonia se llama Oswiecim, primero fue un centro de la artillería polaca y luego, con los nazis (que fueron muchos y de distintos países), un enorme campo en el que la razón y la modernidad llegaron a su fin. Allí la muerte fue debidamente gerenciada para que fuera rentable y se montó un sistema de producción en el que los cálculos matemáticos y la ingeniería, los métodos psicológicos para agradecer el trabajo esclavo como una manera de vivir y el miedo continuado para despersonalizar al hombre, se valieron de todo el cientifismo logrado hasta el momento. Por esto fracasó la razón: la civilización se usó para convertir la muerte en una burla.

Pero lo peor, recordado David Venchevesky, fue la aceptación de que este método hubo en occidente. Nadie protestó, a pesar de que de Auschwitz se fugaron 802 prisioneros que lo contaron todo. Nadie acusó a la Bayer y a la Farben de usar el trabajo de hombres, mujeres y niños que llegaron a los más altos grados de desnutrición y luego fueron gaseados para aprovecharles la piel sino la tenían rota. Si, David, en Auschwitz la inteligencia dejó de serlo y la razón, que fue la bandera de la Ilustración, cayó al abismo. Creo entonces que hay que recordar este horror, no como una fecha sino como una mancha imposible de borrar. Y como un testigo eterno del odio al otro.



67. A SCHMELING.

Recordado y respetado Max, no es fácil llegar a los cien años. En su caso, se lo impidió un resfriado. Pero no viene al caso hablar de toses, flujos nasales y fiebres, bufandas y escarpines, cosas muy comunes en este invierno europeo. El asunto a tratar es la decencia, bien que en este mundo es tan escaso que, en palabras del finado Jaume Perich (el humorista y dibujante catalán), podría hasta no existir. Pero, sin embargo, existe. Digo entonces que usted fue un hombre decente, pero no por sus acciones amables y el buen manejo de la urbanidad, el baño diario y no hacer bulla en la casa. La cuestión va más allá y es la decencia en la vida. O sea vivir sin compromisos políticos ni odios rastreros, sin soberbia ni narcisismo, palabras éstas que son como la lepra.

Y bien que pudo usted llenarse la cabeza de ideas peligrosas ya que en las olimpiadas de Berlín, el 19 de junio de 1936, venció a Joe Louis en el ring por KO contundente. Este triunfo sobre el boxeador negro norteamericano lo utilizaron los nazis para demostrar la “supremacía” de la raza aria sobre las demás. Pero a usted, Max, esto le importó un pito, así como entendió de buen humor que en la revancha, en 1938, Joe Louis lo venciera. Y no podía pasar otra cosa en un hombre decente y en una ciudad (Berlín) donde deportistas e intelectuales se inspiraban unos en otros participando de la literatura, el cine y la radio. Era la cultura sobre el fascismo.

De usted, los nazis hicieron una película: La victoria de Max Schmeling, una victoria alemana. Pero como hombre decente que fue, no se comió el cuento ni se afilió al partido nazi ni dejó a su entrenador judío ni abandonó a su mujer, una actriz checa. Es más, se sabe que salvó judíos perseguidos durante la guerra y que ayudó a Joe Louis en los malos tiempos de éste. Así que, recordado Max Schmeling, pasa usted a la historia como alguien entero (de solvente decencia) al que al final lo mató un resfriado a la edad de 99 años. Quizás murió recordando sus días paracaidista en Creta o cuando se hizo campeón de los pesos pesados venciendo amablemente a Jack Sharkey.